“El último café”, por Mari Ángeles Solís.

Mari Ángeles Solís del Río.

(Continuación…)

Él, palideció en aquel instante….

Aquel corte brusco que había provocado ella en la conversación le hizo tener miedo. Sus palabras “volvamos al principio…”, habían helado su alma. ¿Al principio?… Él era totalmente consciente. Su principio no era el mismo que el de ella. Sintió como, si en un solo instante, ella hubiese arrancado la cortina donde se escondía. Esa cortina que le permitía manipular las situaciones a su antojo.

Ella callaba. Parecía más pendiente del barullo de la cafetería que de la respuesta que esperaba. Miraba a su alrededor como, si ante ella, solo hubiese un mueble con el que le resultaba intrascendente hablar. Pero esperaba una reacción. Ella ya sabía a lo que se enfrentaba…

Fue entonces, cuando le miró, fijamente… presentía esas piernas gordas aposentadas en la silla. Aquellos ojos miopes que titubeaban tras las gafas. Esa sonrisa nerviosa… lo sabía, esperaba una salida en plan ‘miura’. Hasta que… ella dejó de mirarle fijamente mientras rompía en carcajadas.

Salió, sí, salieron palabras de la boca de aquel hombre que, sentado frente a ella, desprendía un perfume añejo, pesado, abrumador y empalagoso. Con ese acento dulce, tierno, gracioso y, a la vez, desesperante, empezó a halagarla. Tratando de endulzar con palabras vacías la conversación para hallar una vía de escape, y desviar el tema de ‘el principio’. Algo que le colocaba al borde del abismo.

En ese momento, un camarero se acercó a la mesa. Él sintió como si aquel hombre hubiese salvado su vida. Pidieron cada uno pero le extrañaron las palabras de ella que, sonriendo al agradable joven, le dijo “tráeme el último café”. Un sudor frío se extendía por todo su cuerpo, sabía que tenía que actuar. Ella parecía que dudaba, que en cualquier momento iba a pedirle explicaciones por tanto misterio, tanta inexplicable coincidencia…

  • “Ten cuidado con… sí, esa, con esa. ¡Si tú supieras!… sólo quiere aprovecharse de ti, antes o después te traicionará”, dijo él, de forma empalagosa, intentando llevarla a su terreno.
  • “Lo sé (mientras suspiraba) sólo puedo confiar en ti”, afirmó ella intentando ocultar que solo pretendía seguirle el juego para que no la atrapase más.

Conocía de sobra esa jugada… envenenarla, difamar a las personas que la querían para sentirse engañada. Lo había hecho ya tantas veces y contra tantas personas. El objetivo estaba claro. Hacerla sentir que no podía confiar en nadie, sólo en él… de este modo, se volvería vulnerable dejando el camino libre a sus tejemanejes.

La confusión fue protagonista en aquellos instantes. Él seguía vilipendiado. Ella daba vueltas a la cucharilla en la taza para que el azúcar se disolviese bien. Bebía a sorbos pequeños. Era el último café y quería zanjarlo todo. Pero él se extendía por las ramas, exigiendo atención. Como una amenaza insistente que llevaba demasiado tiempo sobrevolando sobre su seguridad y sobre su integridad como persona.

Lo pensaba… debía cortar la conversación, parar tanta palabra complaciente que la hacían sentirse incómoda y hacerle hablar acerca de su forma de actuar, desde que empezó a seguirla, a provocar encuentros imprevistos, a engañar a la gente de su alrededor pero… ponerle contra la pared era peligroso, muy peligroso. Es complicado desenmascarar a alguien que está acostumbrado a lograr sus objetivos a base de hacer daño a los demás. Necesitaba respirar…

Viendo la incertidumbre que reinaba en ella, él intentó ‘echarle mano, provocar un roce… y ella sintió un asco inmenso, como si un sapo la rozase… como si una piel pegajosa se intentase pegar a su piel…

(Continuará…)

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