“El socialismo español y la cuestión territorial” (I), por Eusebio Lucía Olmos.

Eusebio Lucía Olmos.

El problema territorial es, junto a las dificultades para la formación de gobierno, el otro gran tema de controversia política inmediata en España durante este cálido y singular verano del 2016, incluso dentro de la propia organización socialista. Por lo que a aquél se refiere, y según ellos mismos confiesan, conviven hoy en ésta desde quienes, tras la experiencia del Estado Autonómico, defienden la devolución de competencias a la Administración central, hasta los que apoyan su conversión en una organización de territorios soberanos. Si bien es cierto que la doctrina oficial del Partido Socialista defiende hoy una reforma constitucional que abra las puertas a un Estado federal con singularidades y mecanismos de colaboración insuficientemente definidos, los socialistas han mantenido una variable actitud ante la cuestión territorial, por más que no hayan dejado de apoyar a lo largo de toda su historia la descentralización democrática, así como rechazar los nacionalismos reaccionarios. Desde su inicial internacionalismo proletario de la AIT, el socialismo hispano fue evolucionando hacia el regionalismo a medida que se dejaba influir por el reformismo democrático, tras su acercamiento al republicanismo. En definitiva, si el equilibrio de fuerzas políticas permitiera la discusión de la identidad territorial durante esta singular legislatura que estamos iniciando, el PSOE tendrá que optar entre su defensa de un federalismo cooperativo para toda España, o la de un asimétrico o plurinacional para satisfacer las reivindicaciones de las nacionalidades periféricas, consecuencia de la indefinición de que hoy por hoy adolece. En las próximas líneas trataré de exponer someramente los vaivenes conceptuales que a lo largo de su dilatada historia ha mantenido sobre tan fundamental asunto.

Ya desde su fundación, el socialismo español pasó de puntillas por el tema territorial, dando prioridad a la construcción de un Estado democrático y a las condiciones de vida de la clase obrera. A la hora de elegir entre los dos componentes del binomio NACIÓN y CLASE, se inclinó siempre en favor de ésta más que por aquella, siguiendo el sentir mayoritario del conjunto del país, que veía más motivos de controversia, tanto en uno como en otro sentido, en la cuestión social que en la territorial. Sus acendrados internacionalismo y solidaridad proletaria revolucionaria le llevaron a apoyar las resoluciones de la Segunda AIT en favor de la libertad de los pueblos colonizados, coincidiendo con los federales de Pi y Margall en su lucha contra el “patriotismo” de los defensores de intereses particulares bajo la bandera de la nación. Consideró siempre a España como una nación política y una realidad histórica –“nuestra nación”–, nominando siempre a sus propios órganos de dirección como “nacionales”, y considerando como movimientos disgregadores de tal concepción tanto al cantonalismo como al carlismo. De hecho, el movimiento obrero español no combatió unicamente a la monarquía, sino a los propios nacionalismos vasco y catalán junto con ella, por considerarlos sus cómplices como burgueses clasistas y reaccionarios, pues sus propuestas de descentralización política perseguían en el fondo la división de la clase obrera. Bien es cierto que la marcada influencia que ejerció sobre el hispano la versión marxista del socialismo francés, con su jacobinismo unitario, distraía su atención hacia tan vital tema para este lado de los Pirineos, siendo digno de singular atención su paso desde aquel exagerado unitarismo a un moderado autonomismo.

Superados los iniciales y difíciles años de su lanzamiento con su defensa de un acérrimo obrerismo, y coincidiendo con su participación en la Conjunción Republicano Socialista de 1910,  durante las dos primeras décadas del nuevo siglo se vivió en sus filas un paulatino reformismo, siendo continuo el ingreso de nuevos militantes en el Partido Socialista, “obreros de cuello blanco” – empleados, funcionarios, profesores, escritores, “intelectuales” en general y profesionales varios, procedentes del republicanismo, del krausismo y del regeneracionismo –, que priorizaron una serie de reformas sociales y políticas sobre la vía revolucionaria. Se comenzó entonces a hablar con cierta frecuencia de la organización territorial del Estado, incluso sin miedo, de “federalismo”, con tendencia más hacia el catalán que al vasco, justo es reconocerlo, consecuencia de que la Lliga era más moderada y menos independentista y beligerante con la clase obrera que el PNV. Incluso más adelante se llegó a comentar la idea de un imperio plurinacional hispano liderado por Cataluña, junto con algunos intentos de creación de un socialismo catalán independiente fusionado con el nacionalismo. De hecho, como afirma el profesor Guerra Sesma, el socialismo catalán siempre fue más la versión socialista del nacionalismo catalán que la versión catalana del socialismo español.

Tras la participación de Pablo Iglesias en la Asamblea de Barcelona, previa a la huelga general revolucionaria de 1917, así como ésta seguida del indulto y la elección como diputados de sus responsables, enseguida constituidos en minoría parlamentaria, el PSOE vivió su importantísimo XI Congreso en diciembre de 1918, en el que ya intervinieron los nuevos militantes “ilustrados” junto a los veteranos obreros. Entre sus resoluciones, que asemejaban un verdadero programa de gobierno, cupo destacar unos extensos e innovadores programas agrario y educativo, a la vez que se abordaba formalmente por vez primera la cuestión de las nacionalidades, a partir de una proposición de la Agrupación de Reus, que demandaba una “Confederación republicana de las nacionalidades ibéricas”. En el vivo debate que provocó tal propuesta, recibió el rechazo frontal del profesor de Filosofía José Verdes Montenegro, por creerla opuesta al internacionalismo socialista, viéndose sin embargo apoyada por otros dos intelectuales de prestigio –Manuel Núñez de Arenas y Julián Besteiro–, que no la veían contradictoria con aquél, sin entrar en mayores profundidades. La “Confederación” fue finalmente asumida por el Congreso, abriéndose de este modo una inicial vía hacia el reconocimiento del pluralismo territorial, si bien aquel primitivo texto iría siendo sustituido paulatinamente por otros más autonomistas en los siguientes Congresos, hasta el XIII de octubre de 1932. De hecho, durante los últimos años de la Dictadura del general Primo de Rivera, algunos dirigentes socialistas se aproximaron más al federalismo para reclamar la soberanía de los municipios, e incluso el Estado autonómico o el pacto federal con el Estado. Aunque es preciso reconocer que, a pesar de tan diversos matices internos sobre la cuestión, el federalismo nunca llegó a constituir una corriente de opinión dentro del Partido Socialista.

Durante el decisivo año de 1930, Indalecio Prieto tomó la iniciativa de la situación política, asistiendo por su cuenta al Pacto de San Sebastián, en el que apoyó el reconocimiento de la autonomía catalana como un proceso derivado de la futura Constitución del nuevo régimen, puesto que el único sujeto soberano del cambio sería el pueblo español, garantizando así la unidad de todos los republicanos incluidos los catalanes. Y, en efecto, la verdadera doctrina del PSOE sobre el federalismo quedaría plasmada en el debate constituyente de 1931, en que reafirmó su rechazo a éste y su reconocimiento de las autonomías regionales, corriendo su defensa a cargo de Luis Jiménez de Asúa, Fernando de los Ríos y Manuel Cordero. Basaban su postura en dos razones fundamentales: la primera, y conceptual, argüía que el federalismo no era aplicable a un Estado ya constituido, como era el caso de España, pues sólo podía serlo para unir territorios previamente independientes con objeto de formar una unidad política superior. Y la segunda, más pragmática, que los estados federales más conocidos en aquel momento (Alemania, Austria y Estados Unidos) estaban siguiendo un proceso centralizador derivado de las necesidades económicas y sociales de los nuevos estados democráticos. Amén de la complejidad añadida de una realidad española en la que convivían territorios con demandas federalizadoras con otros en los que se aceptaba la organización unitaria del Estado. En definitiva, los socialistas defendían el estado autonómico regional, pero no la república federal, como quedó reflejado en el discreto apoyo que socialistas y republicanos otorgaron a los estatutos autonómicos derivados de la Constitución republicana – Cataluña de 1932, País Vasco de 1936 y Galicia de 1938 –, con supremacía siempre de esta ley de leyes del Estado. Apoyaban un reparto competencial de funciones, siguiendo el modelo “legislación estatal, ejecución regional”, como el programa del Frente Popular y los propios episodios de los tres años de guerra civil tuvieron ocasión de poner de manifiesto.

A pesar de que la larga noche del franquismo tuvo a los dirigentes socialistas ocupados en otros menesteres más perentorios, es preciso destacar la aportación del militante Anselmo Carretero, quien, con analítica mentalidad ingenieril, como era su profesión, trató en profundidad el tema territorial desde su exilio mexicano a partir ya de los años cincuenta. Huyendo de las cuestiones políticas, se centró en el análisis histórico de los diversos pueblos que componen la vieja península, lo que le llevó a reconocer la diversidad regional española, proponiendo el sistema federal igualitario como el más adecuado para España, a la que calificaba de nación compleja y plural, definiéndola como “nación de naciones”, pero, a diferencia de los nacionalistas periféricos, reconociendo a todas las regiones españolas su derecho a reclamarla. La discusión que supuso tal afirmación, coincidió con el acercamiento que establecieron socialistas y nacionalistas, compartiendo oposición democrática, durante los últimos años del franquismo. De hecho, la nueva dirección del interior, surgida del XXV Congreso, celebrado en Toulouse en agosto de 1972, incorporó la cuestión de las nacionalidades al ideario del partido, a lo que los llopistas se habían venido resistiendo de manera tradicional. En los textos surgidos del XXVI Congreso, de octubre de 1974 en Suresnes, y del XXVII, de diciembre de 1976, ya en Madrid, se combinó la liberación nacional con la social, pues no parecía coherente apoyar la libre determinación de los pueblos saharaui o palestino, y no hacer lo propio con los catalanes, vascos y gallegos. Si bien, en el marco de un nuevo estado federal que, manteniendo la necesaria unidad para la clase trabajadora, reconociera su propia plurinacionalidad, y por lo tanto una diferenciación entre unas comunidades y otras.

El “tolerado” Congreso de Madrid de 1976 –pues aún no estaba legalizado formalmente el Partido cuando se celebró– fue además coincidente con el proceso de agrupamiento del PSOE con diversos partidos socialistas regionales, así como los intentos de constitución del Frente de Partidos Socialistas. La radical resolución que aprobó reclamaba la “República federal de trabajadores”, así como un Parlamento que elaborase una “Constitución federal en la que se garantice a todos los pueblos del Estado español el principio de autonomía y el derecho de autodeterminación”. Las páginas centrales del primer número de “El Socialista”, que reapareció en España aquellos días congresuales, estaban dedicadas a una amplia entrevista con Felipe González en la que el flamante líder del socialismo hispano calificaba abiertamente a España como “una realidad plurinacional”, al tiempo que defendía sin ambages “la estructuración federal del Estado”, aprovechando para avanzar la similitud de ésta con la organización interna que se pensaba establecer en el Partido. Pero, tan radical ponencia congresual y consiguientes declaraciones hubieron de ser echadas al olvido, sin esfuerzo alguno, en aras de facilitar el consenso constitucional de la etapa democrática que asomaba en el horizonte español. Otra cosa es el incremento que ha ido experimentando el secesionismo desde aquel consenso. Y no sólo en Cataluña, sino en España entera como reacción, pues si fuerza tenían los nacionalismos periféricos, no se ha quedado atrás el centralista.


Publicado en “El Socialista Digital”, 19/08/16.

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