El mapa político de España torna del azul al rojo socialista después de las elecciones autonómicas y municipales celebradas ayer en el superdomingo electoral. De ello se han encargado los ciudadanos que han premiado la buena gestión de los gobiernos progresistas y castigado la corrupción y los desmanes de la derecha.
Y lo hace de manera contundente en comunidades como Castilla-La Mancha y Extremadura, donde se pasa de depender de pactos postelectorales a gobernar con mayoría absoluta. Si tanto Emiliano García Page, en la primera, como Guillermo Fernández Vara, en la segunda, necesitaron del respaldo de Podemos tras los comicios de 2015, ahora el PSOE podrá gobernar sin necesidad de apoyos externos gracias a los 19 y 34 escaños, que se otorgaban al cierre de estas líneas, respectivamente.
Y aún hay más opciones de gobiernos socialistas autonómicos y en ayuntamientos. Es aquí donde también se da un vuelco en toda la geografía española. Con una participación por encima del 65%, mejorando lo de hace cuatro años, los socialistas se hacen con un tercio de los 67.121 ediles en juego. Se asienta y mejora la cifra, intensamente superior, que en 2015, y suficiente para ganar frente a un PP que se desploma, aunque no hubo sorpasso de Ciudadanos, que aumenta casi en el mismo número que ceden los populares.
Suben sensiblemente, por lo concentrado geográficamente, un dato interesante, los partidos independentistas, en especial en Barcelona, donde ERC dobla su representación –aunque en 2015 iba en coalición en las municipales en toda la región- y se hace con 10 concejales, empatando con Ada Colau, que, si quiere repetir como alcaldesa, tendrá que pactar con Jaume Collboni (PSC), que también dobla el número de ediles, de 4 a 8. Dato para la reflexión después del varapalo a Miquel Iceta. Con todo, los republicanos catalanes logran casi mil representantes más que en 2015 en toda Cataluña. También hay que pensar en eso.
Madrid es capítulo aparte y las espadas seguirán en alto muchos días después de este superdomingo. Se avecinan jornadas eternas de pactos, acuerdos, desacuerdos, declaraciones a favor y en contra; hoy un pacto a la andaluza, mañana otra cosa porque la chaqueta naranja necesita visibilidad y eso se lo puede dar la capital. Pero tendrán que pagar prebendas. Y las prebendas se pagan con votos que permitan una gobernabilidad del que gana. Y quien gana es Más Madrid, clave a su vez para que Ángel Gabilondo arrebate, por fin, el gobierno –que no el cortijo- al PP en la Comunidad. Y con su buen talante negociador, a buen seguro que se lo hará ver a Begoña Villacís (Cs) si quiere, en un futuro, sorpassar a los populares, que es su objetivo, y, como dicen, extirpar la corrupción en todo Madrid. Tal vez sea clave, tal vez, pero sí, como poco, interesantemente conveniente.
El dilema al que se enfrenta Albert Rivera es si certificar su alianza con una extrema derecha de la que dice, y vende, renegar, o, como también dice, y vende, permitir que una mayoría de ciudadanos, aunque ajustada, vean cómo se desarrolla un proyecto de progreso alejado de intereses partidistas, como hace años, combinando una gobernabilidad sostenible y un antibloqueo –comunidad de unos y ayuntamiento de otros- que impide y hastía a la ciudadanía que pide soluciones y avances, no digo progreso, avances.
El Juego de Tronos comenzó en esta misma madrugada. Veremos quién asume qué papel, pero el cuervo de tres ojos (el pueblo) observa.