“El ocaso de una famosa actriz” (y II), por Eusebio Lucía Olmos.

Eusebio Lucía Olmos.

Carmen, por su parte, no se conformaba con ser invitada a inauguraciones y actos protocolarios, y se resistía a darse por vencida en sus desafortunadas experiencias fílmicas, volviendo a ponerse ante las cámaras en 1934. En esta ocasión no le hizo falta cruzar la frontera, pues fue en España donde rodó, a las órdenes del antiguo miembro de su compañía teatral, Florián Rey, quien el año anterior se había reintegrado al cine español procedente de los estudios de Joinville, la desenfadada comedia “El novio de mamá”. Los papeles masculinos les fueron encomendados a Enrique Guitart y a Miguel Ligero, pero el estelar femenino lo fue en esta ocasión a la bellísima y joven actriz Imperio Argentina, quien con sus escasos veintiocho años era ya toda una consagrada estrella del cine sonoro. Su dominio de la canción y la danza le había posibilitado la interpretación de ciertos números musicales en algunas de sus películas, habiendo ya rodado con Maurice Chevalier o el mismísimo Carlos Gardel. La película obtuvo un gran éxito de crítica y público pero, sin embargo, la participación de Carmen volvió a quedar relegada a un papel secundario de elegante dama de la alta sociedad. Al parecer, esos iban a ser únicamente los cometidos que para ella tendría reservados el nuevo medio de expresión. Definitivamente, el cine sonoro le había pillado un poco a trasmano de su trayectoria artística.

Sin embargo, especializada como había estado durante toda su vida en papeles de nuestro teatro clásico, no podía dejar pasar la oportunidad que le brindaba la conmemoración del tercer centenario de la muerte de Lope de Vega, en 1935. En la primavera interpretó el papel de doña Sol de su famosa comedia “La corona merecida”, sobre el escenario del madrileño teatro María Guerrero, como una función más del ciclo a dicha efemérides dedicado que había organizado “la TEA” (el Teatro Escuela de Arte, que había fundado y auspiciaba Cipriano Rivas Cherif). Éste había cedido en aquella ocasión la dirección escénica de la obra a Juan Chabás, en la que sería única ocasión en que coincidirían las trayectorias escénicas de la pareja. A pesar de ello, la amable crítica de la obra justificó la pobre acogida obtenida en que “quizás la representación se resentía de la falta de ensayos de conjunto”. Pero lo cierto fue que en las mismas páginas se anunciaban las más de cien representaciones de “Yerma”, por la compañía Xirgú-Borrás, en el Español, o las treinta del gran éxito de la comedia de Ramos de Castro “¿Por qué no te casas, Perico?”, en el María Isabel. Por no citar el clamoroso triunfo que se le auguraba a la comedia recién estrenada en el escenario del Cómico, “Morena Clara”, de Quintero y Guillén, que protagonizaba la joven actriz sevillana Carmen Díaz.

Definitivamente, el largo período en que había estado alejada de los escenarios propició que Carmen Ruiz Moragas hubiese perdido también en ellos su privilegiado puesto de primera actriz. Durante aquellos críticos años en la evolución del teatro español, un importante y dilatado elenco de actrices, como dicha sevillana, Irene López Heredia, Pepita Meliá, Josefina Díaz de Artigas, Lola Membrives, Isabel Barrón, Rosario Pino y, sobre todo, Margarita Xirgú, habían ido invadiendo también nuestros escenarios – o se habían mantenido y sabido evolucionar en ellos –, siguiendo siempre las nuevas pautas interpretativas imperantes, con lo que habían hecho olvidar a la diva de la escena clásica de otrora. Y no es que la mayor parte de ellas la superasen en oficio; ni siquiera algunas la ganaban en juventud. Los escasos años en que se había dedicado únicamente al cuidado de sus hijos, que habían sido, desafortunadamente para ella, coincidentes con la gran evolución sufrida por el teatro español, habían propiciado que ni los empresarios teatrales, la prensa especializada, ni siquiera el propio público, recordasen sus antiguos éxitos de años atrás, por mucho que Carmen lo tratase de achacar únicamente a la nueva situación política y a su antigua relación con el depuesto monarca. Se negaba incluso a constatar cómo ni siquiera su actual vinculación personal a un destacado intelectual republicano y hombre de teatro como Juan Chabás, le facilitaba la reconquista del puesto que años atrás había conseguido, justamente, alcanzar en el escalafón de actrices.

La trayectoria artística de la gran actriz catalana Margarita Xirgú podría ser tenida como contrapunto de la de Carmen. Diez años mayor que “la Moragas”, de frágil constitución física e hija de un obrero metalúrgico, por lo que procedía de una extracción social muy distinta a la de ésta, había carecido de una similar y rigurosa formación escénica en cualquier compañía de grandes actores. Tuvo que aprender el oficio “a pie de obra”, formando parte de los cuadros escénicos de aficionados de los ateneos obreros, lo que no le impidió ir adquiriendo un grado de profesionalidad y cultura suficiente como para ser reconocida por su proyección intelectual, introduciendo en España las tendencias más actualizadas del teatro universal. Mucho más dúctil, intuitiva, tenaz y desinhibida que Carmen, siempre dispuso de un más amplio repertorio, poniendo en escena personajes tanto de nuestro teatro clásico como de los más vanguardistas de la escena mundial, rompiendo todos los moldes que hiciera falta romper. Llevó siempre la delantera a Carmen no sólo en esto, sino también en la consideración crítica de su arte interpretativo sobre las tablas, en las giras por los escenarios americanos, y hasta incluso en el celuloide, por poco satisfecha que estuviese siempre de sus escasas intervenciones en este moderno medio. “Prefiero ser segunda actriz en el teatro que estrella en el cine”, aseguran que declaró con rotundidad en una ocasión.

Por cierto, diez años antes que Carmen Moragas interpretase “La madona de las rosas”, lo había hecho ya “la Xirgú” en “Guzmán el Bueno”, exitosa obra pionera del cine mudo español dirigida por Fructuoso Gelabert, por lo que difícilmente le podía corresponder a aquélla el título de primera actriz española intérprete de una película, que algunos la otorgaban. Pero, posiblemente, en aquellos primeros años del siglo el renombre del autor – don Jacinto Benavente – beneficiase en popularidad incluso a los actores que le acompañaron en sus intentos cinematográficos, motivo por el que algún informador pudo sostener esa incorrecta e interesada calificación. En cualquier caso, la gran ventaja que tuvo la actriz catalana sobre ella – amén de su propio talento interpretativo, justo es reconocerlo – fue que no abandonó nunca la escena hasta casi su muerte en su exilio uruguayo, en 1969, bien fuese interpretando, enseñando a hacerlo, o dirigiendo representaciones. Su vinculación con las modernas ideas escénicas de Cipriano Rivas Cherif y, sobre todo, con el teatro comprometido de Alejandro Casona, Rafael Alberti y, mucho más aún, con el de su gran admirador Federico García Lorca, la llegaron a situar no sólo en la cima de la interpretación española, sino universal. Por el contrario, los amplios espacios que la prensa diaria dedicaba a la información teatral no reservaban una simple línea a cualquier comentario sobre Carmen Ruiz Moragas. La deseada maternidad le había hecho abandonar los escenarios – ¡como a tantas otras mujeres sus respectivos cometidos laborales…! – precisamente durante los críticos años en los que el teatro español sufrió su total renovación, luchando con todas sus fuerzas y desde todos sus flancos contra aquel nuevo y potentísimo enemigo que era el cinematógrafo, más aún desde que se sonorizó. Y, para su desgracia, cuando quiso regresar, comprobó que no había sitio para ella, tanto en uno como en otro espectáculo.

Y a pesar de todo ello, no se daba aún totalmente por vencida. Quizás animada por el propio Chabás, quien debió también de gestionar los apoyos oficiales correspondientes, los primeros días de aquel otoño de 1935 se anunció en la prensa – ¡por fin, aparecía una noticia sobre ella…! – que Carmen estaba a punto de emprender una gira por el norte de España, patrocinada por la Junta de Iniciativas del Tricentenario de Lope, para representar varias obras del “Fénix”, entre ellas “La buena guarda” y “El castigo sin venganza”. Llevaría además para estrenar algunas obras representativas del teatro actual, como el drama de Eusebio Gorbea titulado “Julia Moltó”, así como la comedia de Pedro Sánchez Neyra y Felipe Ximenez de Sandoval “El pájaro pinto”, y la versión española de “Estos tiempos difíciles”, del dramaturgo francés Eduardo Bourdet. La dirección correría también a cargo de Juan Chabás, y el primer actor sería el catalán Pedro Codina, antiguo compañero de Carmen en los lejanos años de pertenencia a la compañía de doña María Guerrero. Era todo un programa muestra del teatro español clásico y actual que, además, estaba sin duda diseñado a su medida.

Pero, desafortunadamente, pocos días más tarde de esta sensacional noticia para los planes profesionales de nuestra actriz, se publicaba la del retraso de la gira a causa de la inesperada enfermedad que acaba de contraer. Un par de semanas después, ya a mediados de septiembre, se anunciaba la definitiva sustitución de Carmen por la joven actriz Rosario Coscolla. La enfermedad era más seria de lo que en un primer momento se pensó, tal como quedó confirmado cuando a primeros de noviembre la prensa daba la noticia de que Carmen Ruiz Moragas acababa de ser sometida a una delicada intervención quirúrgica, con un inicial feliz resultado. No obstante, una nueva y trágica desgracia vendría a oscurecer el panorama humano de la actriz, pues el 19 de febrero de 1936 fallecería su querida madre, doña Mercedes Moragas Pareja, de forma inesperada.

Aparentemente repuesta de sus graves dolencias, tanto físicas como anímicas, y con intención de completar su convalecencia así como de superar la desgracia familiar, marchó a Valencia, a la casa familiar de que Chabás disponía en Las Marinas de Denia, para pasar una temporada de descanso. Mantenía entonces el proyecto de representar grandes obras del teatro universal, como “Berenice”, de Racine, en cuya traducción colaboró con Juan durante su recuperación. De igual manera, iniciaron entrambos la redacción de “Vacaciones de una actriz”, narración en la que quedaban vertidas sus opiniones sobre la situación del teatro español. Desgraciadamente, hubieron de regresar urgentemente a Madrid por sobrevenir a Carmen una rápida recaída, falleciendo finalmente en su domicilio de la Avenida del Valle, al mediodía de la festividad del Corpus Christi, el jueves 11 de junio de 1936, un mes antes de estallar el golpe militar con el que se inició la guerra civil. Contaba entonces 38 años de edad.

A la tarde siguiente se celebró el entierro, al que asistió un buen número de amigos y cuantioso público madrileño, pero en el que se echó en falta una más nutrida representación del mundo teatral del país. Efectivamente, quedaba así confirmado que la estrella artística de Carmen hacía ya tiempo que se había eclipsado, aunque ella se hubiese venido resistiendo a reconocerlo. ¡Qué lejos quedaban ya sus numerosos éxitos escénicos…! La fúnebre comitiva subió a pie desde el chalet de la Avenida del Valle hasta la glorieta de Cuatro Caminos, en que reemprendió en coche el trayecto hasta el cementerio del Este, donde la ilustre actriz recibió sepultura. Al parecer, Alfonso de Borbón, que mantenía ocasionales contactos telefónicos con su antigua amante, siguió el desarrollo de su enfermedad desde el exilio, asegurándose finalmente del cuidado de los niños –mediante la apertura de una cuenta bancaria en una entidad suiza– quiénes, una vez comenzada la guerra civil, quedaron a cargo de su abuelo y su tía María, casada con José Gasset, de la dinastía de los políticos y periodistas liberales.

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