“El Jardinero loco”, por Mari Ángeles Solís.

Mari Ángeles Solís del Río.

Le llamaban loco porque buscaba los esquejes secos para adornarlos con flores. Flores que él cuidaba delicadamente, cada día en su jardín. En su huerto, el pozo era el capitán. Tenía agua para todas… y el jardinero, amorosamente, cuidaba de que no le faltase a ninguna, que ninguna tuviera sed, que ninguna sufriera.

Por la mañana, al amanecer, cuando las flores alcanzaban todo su esplendor, dejaba que el sol las acariciase con sus tenues rayos, como manos suaves que dan paz. Él, entonces, caminaba por los campos, buscando los esquejes secos que habían perdido la vida. Y, en un acto inmenso de generosidad, les ponía las flores que él había cuidado con tanto celo. Era un tributo absurdo pero, acaso necesario, para los ojos cerrados de toda la humanidad.

Ocurrió que una flor celosa de su jardín quería ser la única que recibía atenciones. Quería todo el agua, todo el abono y todo el sol. Quería que las manos del jardinero fueran solo para ella. Por eso, siempre se resistió a que la llevara para calmar el llanto de algún esqueje del campo, de uno de tantos esquejes que morían en soledad. Y el jardinero se lo consentía, sintiendo pena por tanta arrogancia y por tanta soberbia. Pero ahí seguía la flor, reinando en el huerto del loco.

Pero, el loco pensaba, que todas sus flores debían ser tratadas por igual. Todas ellas, habían crecido con el objetivo de dar vida, de vislumbrar amor… a aquellos que no lo tenían. Y él se sentía viejo. Sí, acaso ya, demasiado viejo.

Y pensó en llevar a la flor presuntuosa hasta el camino para que diera luz a los caminantes. Pero aquel tallo retorcido se resistió. Aquel tallo que estaba lleno de espinas, hirientes, y que se clavaron en quien la había estado cuidando con mimo. Se clavaron en quien la dio de comer, quien la dio de beber, quien le acercó los rayos de sol. Y la soberbia fue tal, que las manos viejas del jardinero loco, empezaron a sangrar intensamente provocando lágrimas en los ojitos transparentes del jardinero.

Nadie le fue a ayudar. La flor, con una sonrisa macabra, miraba como quien le dio la vida, se desangraba mientras caía la tarde. Y sentía un orgullo diabólico, ahora los cuidados serían solo para ella.

Pero ocurrió que amaneció. Y las cosas tomaron muy distinto color. La tierra estaba revuelta, donde cayó el jardinero. El pozo se negó a calmar su sed. Y, hasta el sol se iba ocultando en oscuras nubes, por no darle su luz.

Y la flor con espinas agonizaba, sola, sin las manos del jardinero. Justo al lado, donde el cuerpo sangrando, del jardinero, cayó, empezaron a crecer multitud de florecitas. Florecitas negras, como un luto en terciopelo. Y la flor con espinas murió en su soberbia, mientras las florecitas negras vivieron porque estaban hechas de amor. Fue el tributo de la tierra al jardinero loco. Cientos de flores mostrando el luto por un loco que, le mató la soberbia de quien tanto cuidó. Y que, al final la tierra, le rindió un tributo de amor. Porque lo importante no es la belleza, lo importante es el corazón.

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