“El espejo roto”, por Mari Ángeles Solís.

Mari Ángeles Solís del Río.

Al despertar, vio cómo todos sus papeles estaban esparcidos por el suelo, como alas al viento. Pareciera que aquellas frases de amor y dolor estaban tratando de escapar de tanto desastre.

Su cuerpo, dolorido, intentaba moverse pero un temblor insomne se había apoderado de los miembros. Solo su vista era capaz de percibir tanto vacío, tanto desasosiego… y se fue haciendo dueño de su mirada.

Poco a poco, sus dedos empezaron a despertar y, en sus extraños movimientos, adquirían la forma de raíces, raíces retorcidas que llevaban demasiado tiempo bajo tierra.

A modo de terror se desperdigaban sus latidos, descompasados, descontrolados… descoloridos. Por fin pudo empezar a moverse, y se sintió cual sierpe que se arrastraba por el frío suelo.

Tambaleando, pudo mantenerse en pie aunque no dejaba de temblar… todo estaba por el suelo y, sentía tanto dolor, que se veía incapaz de arreglar el desastre. Miró todo detenidamente… parecía un robo. No faltaba nada, pero estaba segura: había sido un robo.

Fue entonces, cuando entre débiles tambaleos, pudo llegar ante el espejo. Y se miró… se vio hecha pedazos, el espejo estaba roto. Y si imagen le transmitía un oscuro rompecabezas en donde no encontraba su esencia, su espíritu.

Se acercó y tocó con sus dedos finos las aristas. Sus yemas empezaron a sangrar y un estrecho riachuelo empezó a atravesar su brazo, formando gotas en su codo, como si fueran las lágrimas de un dios triste.

Y volvió a mirarse nuevamente en el espejo maltrecho. Estaba segura, había sido un robo. No faltaba nada, no. Pero el reflejo de aquella noche le devolvió su cuerpo y, al mirarse, lo descubrió. Sí, alguien había robado, alguien se había llevado sus alas.

Colaboradores, espejo

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