“El derrumbe de un sueño”, por Javier García Gago.

Javier García Gago.

Perdonen la osadía de adueñarme de un verso de una canción de mi admirado Silvio Rodríguez para utilizarlo como título de este artículo. Pero es que creo que es la frase que más acertadamente describe lo que estamos viviendo. Y podría tener múltiples interpretaciones. Me voy a centrar en una.

Recuerdo cuando allá por los años finales del franquismo se veía a Europa como una esperanza, como la tabla de salvación. Europa empezaba mas allá de los Pirineos, y más allá de los Pirineos existían sociedades más avanzadas socialmente, más desarrolladas económica y culturalmente y más democratizadas políticamente.

Recuerdo la ilusión colectiva que se generó cuando, tras una prolongada espera, fuimos admitidos en la entonces llamada Comunidad Económica Europea. Posteriormente pasó a ser la Unión Europea. Se quería simbolizar con ello, supongo, una unidad que iba mucho más allá de lo económico para incidir en lo político, en lo cultural y en lo social.

Era la alternativa europea al invento americano, que había dirigido la economía mundial (y la política) hasta aquel momento con sus recetas de intervencionismo económico (y militar) y sometimiento de todo, absolutamente todo, a la prioridad económica dictada por los mercados (o dictada por el liberalismo mas ortodoxo, si se prefiere, que viene a ser lo mismo) con la tímida oposición (económicamente hablado, férrea políticamente hablando) de aquellos países sujetos a los planes quinquenales y la economía dirigida. El mercado se corrige a si mismo. Y si hace falta se interviene militarmente para que el mercado pueda corregirse a si mismo. Ese era el axioma de aquel otro modelo.

Era un sueño. Una cultura y una historia común contribuían a una percepción identitaria. Y existía un mercado lo suficientemente amplio como para permitir el desarrollo económico de todo el viejo continente, con políticas sociales y de cohesión para impulsar la consecución de unos estándares mínimos en todas las zonas. Y sin los excesos militaristas que llegaban del otro lado del Atlántico.

El siguiente paso era una unión política, aún incipiente, pero que daría lugar, a partir de los mimbres da la unidad histórica y cultural, a una Europa Unida con su propia Constitución Europea y sus instituciones supraestatales. Que del mismo modo que el modelo transatlántico había sido capaz de articularse sobre una unión de Estados soberanos, Europa pudiese hacer lo mismo sobre la base de sus propios principios, más sociales y más solidarios que los que impregnaban la Constitución individualista y liberal (podríamos decir que calvinista, pero sin duda esto daría para otro artículo) del modelo antagonista. Y ahí empezaron a surgir los problemas. La negativa de los pueblos de Francia y Dinamarca a ceder parte de su soberanía supuso es inicio del fracaso, el inicio del derrumbe de un sueño.

Siguiendo esos mismos principios, priorizando lo estatal sobre lo supraestatal llegaron los acontecimientos posteriores: La crisis mundial de 2008 y la respuesta europea a los estados del sur, fundamentalmente Grecia, Irlanda, España, Portugal e Italia. La insolidaridad europea fue manifiesta. Europa ya había dejado de ser un sueño para convertirse en un mecanismo de apoyo al axioma liberal: El mercado se corrige a si mismo.

Luego vinieron el Brexit y la crisis de los refugiados. Si lo primero fue una respuesta en la línea del camino que ya habían marcado Francia y Dinamarca con anterioridad, lo segundo supuso la insensibilidad manifiesta y evidente de los líderes europeos ante un problema humanitario que se sobrepone a las fronteras. Fue la consolidación de la insolidaridad.

Nos encontramos de nuevo ante una crisis sin precedentes que Europa, si quiere persistir como unidad política y social, debe acometer sin más demora. Pero vistos los antecedentes, permítanme que me muestre escéptico. La curva de credibilidad europea alcanzó su pico hace muchos años y ha ido en continuo declive. Si Europa es capaz de dar respuesta conjunta a esta crisis, todavía existe un margen de esperanza. En caso contrario, solo cabra certificar el definitivo derrumbe de un sueño.

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