“El beso de la arena”, por Mari Ángeles Solís.

Mari Ángeles Solís del Río.

Mari Ángeles Solís del Río · @mangelessolis1.
Cuando acariciaba el viento recordaban lo que dejaban…

Hay noches eternas que parecen no tener final pero, en un momento u otro, amanece y ese deslumbramiento ciega las miradas. Cuando en el equipaje apenas se lleva el miedo a lo desconocido, la inseguridad se apodera de todos por la incertidumbre de no hallar puerto. Porque es ese frío que cala hasta los huesos el que retuerce el futuro como si se tratase del algo imposible de alcanzar…

La esperanza pervive… miradas perdidas, manos que se unen, la embarcación se tambalea… pero son muchos a bordo… y la mar a veces se enfurece. Es en ese rugido inesperado donde se rompe en pequeños trocitos de cristal que al salir de la oscuridad se convierten en estrellas.

El tambaleo siempre acaba y les embriaga un olor fuerte a mar, a algas, a sal… el sonido del agua mientras achican la barca parece el vómito de un hambriento que un pequeño trozo de pan le atraganta.

El tambaleo siempre acaba y es cuando miran alrededor y ven cómo flotan, cual trozos de madera, los cuerpos de los compañeros que cayeron. La muerte a veces, muchas veces, huele a algas y a sal, huele a mar. Tachan de la lista los caídos y para algunos, por suerte, la barca irá más ligera… sólo para algunos, el resto llorará.

La esperanza pervive… aquella noche el horizonte estaba cerrado, sólo oscuridad. Las estrellas se escondieron, no quisieron ver más muertos, más muerte con los ojos vacíos mirando hacia el cielo que cual bastardo observa a la familia feliz que sale de la iglesia mientras reniega de los pecados cometidos y que en las calles hallaron nido.

Y la mar vuelve a rugir, entre pequeñas gotas caídas que algunos llamaron lágrimas, lágrimas malditas… pero es entonces cuando las olas empujan y sus cuerpos quedan tendidos en la arena… había llegado el final… o el principio, quizás…

Con miedo a todo, sin fe en nada, sus cuerpos con las ropas rasgadas sentían cual caricia el roce de la arena en su piel. Temor de levantar el rostro, incrustado en una duna. Pero, lentamente, inclinan la mejilla y es como el roce de una mano la arena.

Puestos en pie… con sus pies descalzos… no había sol que dorase su piel aunque ya estuviese curtida por el sufrimiento de otro país. Y puestos en pie… con sus pies descalzos… en los pequeños pasos volvían a sentir la caricia de esa arena que había salido a su encuentro. La luna brillaba entonces aunque la noche fuese oscura y las estrellas se escondiesen en un impulso cobarde.

La esperanza pervive… los tres miraron al frente. Con sus pies sumergidos en la arena, juntaron sus manos con una sensación tremenda de alivio. Y dieron ese primer paso hacia el futuro, hacia ese futuro incierto que el beso de la arena les impulsó a buscar…

PATERA de María Luisa del Río Muro
PATERA de María Luisa del Río Muro. Óleo sobre lienzo (1990)

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