Editorial “Detenido”

Dura lex, sed lex. A los delincuentes, a los perezosos y a los incautos, se les olvida esta frase latina que representa, para bien, el Estado de Derecho. Sin la ley, democráticamente elegida, se impondría la fuerza de los bárbaros o la caprichosa voluntad de los fuertes, al noble, al pueblo y a la gente.
Las paredes de la cárcel de Neumünster harán que Carles Puigdemont recapacite sobre el fondo y la forma. Dos categorías esencialmente distintas, pero relacionadas, en cualquier democracia.
Defendemos el derecho de Puigdemont y de los independentistas a creer en sus ideas por muy excéntricas que parezcan (porque delirante es que un territorio que es de todos sea usurpado por una parte que dice que le pertenece por empadronamiento).
En el fondo de la cuestión también está el hecho de que, si la mayoría de los catalanes han votado a partidos no independentistas, una mayoría parlamentaria independentista no puede imponer una república imaginaria. Además, ningún ciudadano puede ser propietario de territorio alguno que pertenezca al colectivo que lo sustenta históricamente. Por eso, los bienes públicos de un municipio pertenecen a todos los que ostentan la soberanía popular, no solo a los que coyunturalmente viven en él. De la misma forma que los espacios comunes de un edificio no pertenecen a ningún inquilino.
Pero en democracia las formas son tan importantes como el fondo. O, al menos, tan esenciales. Carles Puigdemont y los secesionistas antidemócratas no pueden contravenir la ley que, en cualquier caso, defiende a todos y cada uno de los ciudadanos. Ni alterando el reglamento de su parlamento regional, ni violentando la convivencia con una norma de secesión, ni contraviniendo los principios más esenciales de la democracia.
No puede tampoco Carles Puigdemont y sus acompañantes burlar la Justicia y luego tratar de que el resto de los ciudadanos cumplamos la ley y aceptemos las decisiones de los jueces. Puigdemont es un prófugo de la ley, de la Justicia y de la razón.
A Puigdemont se le ha caído la democracia encima de la cabeza. Detenido en una gasolinera, extraído de un Renault Space y puesto a disposición judicial. Se demuestra que Carles Puigdemont no es más inteligente que el CNI, no es más justo que las leyes alemanas y españolas y no es más libre fuera de nuestra democracia.
Detenido, encarcelado y puesto a disposición judicial, como cualquier ciudadano. Porque no debe haber distingos entre los ciudadanos en una república libre o en una democracia constitucional.
Por eso, aunque la ley es dura, es, al fin y al cabo, la ley. Dura lex, sed lex.

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