Editorial “Burguesía y nacionalismo”

El centro del nacionalismo independentista irredento en Cataluña es una parte, visiblemente interesada, de la burguesía local. Más pendiente de su rédito e interés, son transparentes a la moral y actúan exclusivamente en función de la tasa de retorno.
No es casualidad que uno de los acompañantes y financiadores de la fuga de Puigdemont fuera uno de los contratistas del Ayuntamiento de Girona cuando Carles era el alcalde: Matamala. No es casualidad que el partido más votado en las regionales fuera esa derecha rancia y beata de Convergencia o de Unió, respectivamente.
Son los mismos que formaban parte de los gobiernos de Madrid a finales del XIX y presionaban contra Figuerola defendiendo el proteccionismo para que sus fábricas pudieran vivir plácidamente sin competencia internacional. Aquellos que apoyaron exhaustos desde la patronal la dictadura de Primo de Rivera.
Los mismos que adulaban a Franco y recibían de éste todo tipo de prebendas. No en vano el último ministro verdaderamente proteccionista fue Pedro Güal Villalbí, ministro sin cartera del Generalísimo a finales de los cincuenta y, a la sazón, secretario de Foment del Treball (es decir, simplificando, la patronal catalana siempre colaboracionista).
Y, por cuestión de pagar menos impuestos, esa parte de la burguesía catalana amamantada por las ubres del Estado proteccionista de principios del XX, la dictadura de Primo o la de Franco, de las que eran fanáticos, se vuelven independentistas.
Y financian los procesos de secesión con el ojo puesto en su propio beneficio. Ahí están los Sumarroca, los Daurella, los Grifolls, los Raventós o los Matamala.

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