“Échec à la Mort”, por Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal · @Gonzalo_Glezcar.
Irrebasable. El damero delimita el inexorable dominio de un juego cuyas reglas no son sino expresión de la inmanente necesidad material impuesta en su desarrollo frente al único -eterno- adversario. La Muerte. En él cada movimiento desarrollado por las piezas supone el esfuerzo conscientemente humano -y tanto más humano cuanto más consciente es de su precariedad- por prolongar una partida que sabe única. Irreversible. Y de antemano perdida.

Tratando de adelantarse al siguiente movimiento, el jugador escruta el abismático vacío de una mirada intuida en las hundidas cuencas del descarnado rostro de su oponente. Consciente de la manifiesta desventaja de su condición en la liza, el jugador -asaltado por el silencio perennemente emergente de la oquedad de las obscuras facciones de la Parca- queda sumido en el vértigo de la decisión que supone el siguiente paso.

Frente a la opción estática de la parálisis y la inerme aceptación a que el miedo le aboca se yergue la alternativa de una decidida apuesta por desplegar la inteligencia de una estrategia. En la que el cómo y cuándo del fin de la partida pueda no ser decidida enteramente por su oponente. Centrada toda su potencia en el lúcido análisis de las opciones plausibles, a las que el juego puede dar margen, el jugador se esfuerza -en tal caso- por encontrar el modo, la combinatoria adecuada de secuencia de movimientos, que logre permitirle enrocarse. Burlar el jaque.

Ardua tarea, la búsqueda de las contingentes opciones que el juego puede albergar emboscadas en la intrincada combinatoria material que permitan rebasar su aparente lógica predadora, ésta a la que José Luis Cordeiro se consagra con meritorio espíritu didáctico a presentarnos en su obra “La muerte de la Muerte” (Ediciones Deusto). Una lectura estimulante. Un texto vitalista en su sentido más estricto que, en tanto heraldo portador de una visión decididamente rupturista del paradigma que nuestra cultura asigna al proceso de envejecimiento y muerte biológica, no quedará exento de polémica.

La tesis, fundamentada en los últimos avances en el ámbito de la ciencia del envejecimiento, no puede ser más ambiciosa. Más sugestiva. Ni sus consecuencias más desconcertantes. Superada técnicamente en un futuro próximo toda edad límite en su existencia, el hombre efectúa la voladura de la única ligazón constrictiva a la que se encuentra sometido. La mortalidad que nos impone el tiempo. Encumbrada sobre los hombros del conocimiento la humanidad parece vislumbrar el umbral que alumbre el fin del bregar con su condición esencialmente limitante. Caduca.

Un nuevo horizonte lleno de opciones se despliega en su texto, permitiéndonos imaginar la expansión de los límites de nuestras vidas más allá de lo que el presente parece aguardarnos. La definitiva emancipación humana del Tiempo. Sin embargo, es tras la aparente naturaleza expositiva del actual estado del arte sobre la cuestión donde la obra adquiere su mayor vuelo. En lo implícito en sus márgenes.

Eliminado del pensamiento humano la perspectiva del punto omega, la trayectoria existencial queda suspendida en una indeterminación. Trastrueque de un statu quo -tras el desplome del valor marginal del instante- que supondría el cambio de perspectiva existencial individual y social, llevando a la necesaria reformulación del esquema subjetivo de valoración vital tras perder su fundamento económico. La escasez. Cualidad que expresa el sustrato sobre el que se ha cimentado todo orden social -bajo cualquiera de sus formas- pues, ¿qué es todo poder sino sistema de gestión y administración de vida y muerte de los sujetos sometidos a éste? ¿Hay acaso sujeto si éste se sabe exento de la única restricción que su condición le impone una vez ésta es superada? El envite político, aunque omitido, no podría ser sugerido de modo más evidente. Ni subversivo.

Tras el acerado utilitarismo de todo avance tecnológico se agazapa el dilema ético que entraña su alcance y difusión. El interrogante de la disyuntiva emerge ante el hecho. Así, el alcance del despliegue de recursos que permitiesen el acceso generalista a los beneficios de esta ciencia define en realidad el verdadero alcance de su dimensión libertadora del hombre. Frente a ella, la apuesta democrática, de igual manera se recorta amenazadora la sombra del surgimiento de una élite económica de inmortales exentos del paso del tiempo que harían de la acumulación (de capital o vida, tanto da) la impronta omnímoda de su dominio sobre un vulgo perecedero. En ese envite se juega la dignidad y dimensión emancipadora del Saber humano. O su fracaso.

La imagen de la posible dilatación del instante postrero alienta la promesa de unas líneas de fuga dirigidas hacia la expansión de un horizonte que no debe distraernos de los inmutables márgenes del tablero de juego en el que se desenvuelve nuestra partida, y de la lógica a la que ésta atiende. La de la inestabilidad esencial de un presente en permanente fuga, y nosotros de nosotros en él.

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