Dorothy&Co

Gonzalo González Carrascal.

Por Gonzalo González Carrascal · @Gonzalo_Glezcar.
Nunca nada es más desconcertante que todo cuanto siempre oculta lo evidente. La estupefacción del acto deliberadamente subversivo conformado en el molde del canon. La insólita paradoja de ver lo que no es. Resquebrajadura por implosión… Una simple película infantil.
“Todos pueden tener cerebro. Es una ventaja muy vulgar. Toda pusilánime criatura que se arrastra por la tierra o se escurre por los mares tiene cerebro. En mi tierra natal existen universidades, hogares del saber, donde los hombres van a convertirse en eruditos. Al salir de allí piensan cosas grandes. Profundas. Y su cerebro es igual al tuyo. Pero ellos tienen algo de que tú careces…un diploma”. [El Mago de OZ, Víctor Fleming, 1939]
Cuatro sujetos unidos en la comunión de la carencia. La condición humana. Su satisfacción, su común impulso. El Camino de Baldosas Amarillas, metáfora del proceso de sublimación de su deseo. Marchan animosos a través de un asombroso país technicolor, de prometedores horizontes sin más entidad, ni profundidad, que las del trampantojo del que resultan. Da igual. Funciona. Miran sin ver. Tan cegadoramente impele el arrebato.
Fascinación en las miradas puestas en su destino. Una fastuosa Ciudad Esmeralda se yergue iridiscente. La maravillosa consecución de todos los deseos reflejada en los ansiosos ojos que observan. Su realización plena, su función simbólica. Los cuatro sujetos desean ponerla a prueba. Querer concretar lo real más allá de lo aparente, su error.
Emboscada, la finitud trata de fingir omnipotencia. Sin éxito. La escenografía no es capaz de contener por siempre la interrogación. El Mago no es sino cuanto es. Remedo bastardo de Leviatán. Impostura consolidadora de un orden, no de realidades factuales sino de espacios figurativos. En él, la forma se constituye en fundamento de lo real. Una imagen con pretensión de absoluto.
Nadie que no tenga puede dar nunca nada. El farsante trata de paliar el evidente desencanto redirigiendo el deseo hacia aquello que puede ser concedido. Momento en que el espectador presencia el imposible intento de colmar el vacío. Un vacío que todo lo llena. Que pretende toda satisfacción desde la más absoluta carencia. Trocando valor en chatarra, corazón en quincalla, ayuda en vanas palabras, conocimiento en pulpa de papel. Todo cuanto hay es nada. Y sin embargo, es capaz de ser ofrecida bajo verosímil apariencia de entidad, a partir del uso discursivo adecuado. Desde la palabra confusa hacia el envilecimiento de todo. El convincente vaciado de contenido y dignidad de los más altos valores, reduciéndolos al plano equinivelador de la anécdota formal. Donde toda virtud cierta sólo puede ser ofensa.
La concepción de una sociedad fundamentada, esto es, discursivamente apuntalada, en lo absolutamente aparente supondría la asunción de la farsa como categoría ordenadora de los individuos. Ocultos tras una escenografía construída ad hoc, mérito, inteligencia y capacidad serían sólo triada dignificadora del embuste. Simple coartada aparente del engaño que delimitaría el escenario y velaría el alcance real de la potencialidad que la vida ofrece, elevando a las más altas instancias de la dignidad social a los menos dignos de ella. Participando, así todos, como actores, en una obra sin contenido ni valor, al servicio del propósito de los que nada son de los que dicen ser… Por fortuna, sólo es una simple película infantil.

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