Don Jaime (de Armiñán)

Eduardo de Armiñán.

Por Eduardo de Armiñán.
Enero de 1984; después de un año sirviendo al glorioso ejército español, me encuentro en el casino de Madrid, en la calle de Alcalá, dispuesto a comenzar el primer día de rodaje de mi incipiente carrera cinematográfica. Se rueda la serie Cuentos imposibles; son cinco cuentos cuyo nexo en común es lo insólito, la fantasía de las historias.
La serie la dirigía mi padre; Jaime de Armiñán, la música era de Vainica Doble -dúo compuesto por Gloria Van Aerssen y por Carmen  Santonja, mi tía- y el meritorio de dirección, también llamado el último mono del rodaje, soy yo; Eduardo de Armiñán. Evidentemente el equipo lo componían más técnicos, pero voy a centrarme en mi familia.
Aunque yo fuera el último mono del rodaje, sentía vergüenza por ese intolerable caso de nepotismo que nos concernía a mi padre y a mí, no a mi padre y a mi tía Carmen, tía más que brillante y talentuda como pocas tías he conocido… Pero lo peor fue cuando tuve que dirigirme al director de la serie. Yo, por costumbre, le llamé papá y sentí que todas las miradas de los presentes se posaban sobre mí. Decidí, más bien me juramenté, no volver a llamar papá al señor director y opté por la solución más sencilla; no dirigirle la palabra. Al principio funcionó, pero fue por una cuestión de separación física, generalmente no coincidíamos; el señor director siempre estaba al lado de la cámara y el meritorio de dirección siempre a veinte metros, cuándo no eran cincuenta, de la cámara. Solía estar detrás de una puerta guardando el silencio y la intimidad del rodaje o haciendo recados a muchos más metros de donde, realmente, se cocía la mentada serie.
Aquello no se podía sostener. Tenía que dirigirme al Sr. Director, e hice lo que hacía todo el mundo, usar su nombre de pila: Jaime. No funcionó, me sonaba raro llamarle por su nombre, nunca lo había hecho, y entonces le llamé Don Jaime.
Misterios incombustibles, como decía mi querido Paco Rabal, los nervios de mi primer día de rodaje y mi sentimiento de culpa por aquel intolerable caso de nepotismo desaparecieron y empecé a sentirme cómodo en mi tarea. Con el tiempo, todo el mundo adoptó aquella manera de dirigirse a mi padre y así ha continuado hasta la fecha.
Esa fue la primera vez que trabajé con Don Jaime y, desde entonces, no he dejado de participar en ninguno de  sus proyectos -primero como último mono del rodaje, después como auxiliar –ya con sueldo- y ascendí a ayudante de dirección en la maravillosa serie de Juncal… ¡ay!… Paco Rabal, cuanto te echamos de menos… También he colaborado con él en varios guiones; el más curioso fue Marcelino, pan y vino -una serie de dibujos animados- y el último 14 Fabian Road.
A pesar de haber coincidido con él en más rodajes que ante un folio en blanco, la faceta que más admiro de mi padre –también de la que siento más orgullo- es la de escritor y es donde, a mi entender, está más a gusto. No depende de nadie y puede ser el mismo, desplegando su desbordante fantasía y su gran talento. Sus guiones siempre han sido auténticas obras literarias y, como tales, yo las leía y disfrutaba.
Mi padre proviene de familia de cómicos –así se llamaba antes a los actores- y fue en su trabajo con ellos, siempre los trató con cariño y respeto, donde más disfrutaba y más provecho obtenía. La parte técnica del rodaje llegaba por sí sola; unas veces bajo su dictado, otras por aportaciones del equipo y otras de milagro.
30 de mayo de 2017; organizado por el Aula de Cultura del periódico El Comercio de Gijón se inaugura en el teatro Jovellanos un ciclo de películas de Don Jaime de Armiñán Oliver. Abre el cartel 14 Fabian Road y van por detrás Mi querida señorita, El Nido, Mi general y dos capítulos -primero y último- de Juncal. El ciclo, como es lógico, tiene un título: Jaime de Armiñán, historia del cine español, pero habría que añadir de la televisión, del teatro, del circo…
Para mi padre, El Comercio de Gijón, es su segunda casa, allí es donde ha publicado sus últimos artículos y donde tiene grandes amigos; María de Álvaro, Miguel Rojo, Marcelino Gutiérrez… La llamada de María, invitándole a la inauguración del ciclo, fue motivo de alegría y satisfacción, llevaba un tiempo sin aparecer en público. Cuando me preguntaron si podía acompañarle marqué en rojo el día 30 de mayo y me preparé para el viaje a la tierra de nuestros ancestros. Pensé que podría ser la última vez que colaborara con Don Jaime, aunque solo fuera para presentar el ciclo de películas que los compañeros del Comercio habían preparado con tanto cariño.
Ahora creo, afortunadamente, que la presentación de aquel ciclo en el teatro Jovellanos no va a ser nuestra última colaboración. Hace unos días, sin muchas esperanzas, le propuse hacer una película juntos –o lo que él quisiera; un corto, un artículo, un documental…- y me contestó:
-Como decía tu bisabuela Carmen Cobeña: No te digo nada con la voz.
Le miré fijamente; su media sonrisa y, desde luego, su mirada me lo dijeron todo.

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