Cuando el amor muere al plantar un cedro: Vicente Aleixandre

Mari Ángeles Solís del Río.

Por Mari Ángeles Solís del Río · @mangelessolis1.
Dicen que Vicente Aleixandre, en su casa de Velintonia, allá por 1927, plantó un cedro que le acompañaría hasta el final de sus días. Aquella casa incrustada en las felices geometrías de Madrid, allí donde, por primera vez, Federico García Lorca recitó los “Sonetos del amor oscuro”, no hay nada más oscuro que el olvido, el olvido de aquella casa, la Casa del Olvido…

“Esta luz, este fuego que devora…”. Devorando los sentidos bajo el yugo de la pasión. Esa pasión que tanto ocultó Aleixandre, pasión bisexual motivo por el cual, sus mujeres se enamoraron de él, mas no él de ellas. En ese ir y venir de piel a piel, la rosa de otoño que transmite fatalidad observando desde lejos, siempre de lejos…

Existen poetas con los que entornamos los párpados y volamos cual viento cálido que arrastra tormentas, mientras la mano tibia acariciando contornos, colinas, valles y llanuras, con ese olor a pasión que se incrusta en los sentidos cual herida sarcástica que nos acompaña a través del tiempo.

Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez inyectaron a Aleixandre la pasión por la poesía. Llegaron después Luis Cernuda, Manuel Atolaguirre, Rafael Alberti y Federico García Lorca. ¡Qué fina la piel del poeta! Un camino ya marcado… se nace poeta igual que se nace llorando, con un canto gritando en las entrañas, predestinado a parir dolor y amor. Poeta…

Aleixandre, Velintonia, un cedro y el amor. Mientras cantaba al cielo: “Luego declinas, ¡oh sereno, oh puro don de la altura!, cielo intocable que siempre me pides, sin cansancio, mis besos, como de cada mortal, virginal, solicitas. Sólo por ti mi frente pervive al sucio embate de la sangre…”.

Así se siente a Aleixandre, como él escribía, su pluma hacia el amor con las palabras, embarcando versos hacia el infinito que emborrona versos, que atraca rimas y entierra el resultado bajo el cedro. Un resultado que no deja de ser ese impulso que te recorre al ser amado, acariciado por palabras cual manos remendando pieles heridas que arden cada madrugada.

Infinito y extenso su legado. Dividido claramente en tres partes bien diferenciadas. Primero, su poesía pura, de la que surge Ámbito, escrito aún en tierras andaluzas, la voz de un poeta que aún no se ha encontrado a sí mismo y busca amparo en los clásicos como Góngora y Fray Luis de León.

Después, su poesía surrealista. Carcomido en sus sentidos por Rimbaud, Lautréamont y Freud, adoptando la poesía en prosa, verso libre… es entonces cuando trae al mundo, como si de un paritorio se tratase, dos obras inolvidables: La destrucción o el amor y Sombra del Paraíso.

Y terminó con la poesía en la vejez, mostrando la frustración por el paso del tiempo, la cercanía de la muerte, el final…

Y ese final no deja de ser el amor y un cedro, amándose hasta el final, hasta que la madrugada ilumine Velintonia y el cedro sienta pudor de la realidad que observa, allí, entre las geometrías envolventes de Madrid, sólo eso, y para qué más: Velintonia, un cedro, el poeta, el amor… y el olvido que no acaba jamás.

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