“Crónica del restablecimiento de la Generalitat catalana”, por Eusebio Lucía Olmos.

Eusebio Lucía Olmos.

Tras la muerte de Franco, fueron numerosas las reuniones que los diversos grupos políticos catalanes y entidades ciudadanas mantuvieron con el Honorable presidente de la Generalitat en el exilio desde agosto de 1954. Este catalanista republicano no separatista, contaba 77 años de edad y fue antiguo e inmediato colaborador de los presidentes Maciá y Companys, Josep Tarradellas. Los encuentros se efectuaban en la residencia de éste en Saint Martin le Beau, en el centro de Francia.

Los primeros días de agosto de 1976, sería el adinerado médico, banquero y secretario general de Convergencia Democrática de Cataluña, además de ferviente católico, Jordi Pujol, quien mantuviera un largo encuentro con el anciano presidente, en el que le informó de sus recientes contactos con miembros de la oposición, así como con varios ministros, como Rodolfo Martín Villa o Leopoldo Calvo Sotelo. ¡Cómo si no estuviera ya el viejo zorro al cabo de la calle de las andanzas del galeno, aunque le interesara hacerse con él de nuevas…! Lo que pocos conocían era que Suárez había encargado hacía ya tiempo unos primeros contactos y negociaciones con Tarradellas a un hombre de su entera confianza como el riojano Salvador Sánchez Terán, antiguo gobernador civil de Barcelona y protagonista de una larga carrera en la Administración.

La prensa recogió con todo lujo de detalles la complacencia del presidente con tales conversaciones de Pujol, siempre que persiguieran el restablecimiento de la Generalitat y la celebración de elecciones generales, cuyos resultados decidiesen el futuro de España. A pesar de que el informante insistiera en la necesaria relación entre el gobierno español y el presidente de la Generalitat, era palpable que su verdadero interés radicaba en su candidatura como intermediario. Al menos, de momento, para postularse enseguida como heredero inmediato del anciano en la presidencia.

Los buenos resultados electorales del 15 de junio de 1977 en Cataluña para los llamados partidos “sucursalistas” –PSOE y PSUC– sobre los nacionalistas, animaron a Suárez a tomar la iniciativa, ante la pretensión de la Asamblea de Parlamentarios catalanes, recién constituida, de derogar la ley que abolía el Estatuto Catalán de 1932 y restablecer la Generalitat. En el mismo mes de junio, Suárez y Tarradellas, negociaron ya el proceso, al margen de los parlamentarios elegidos. El Honorable, que no era fácil negociador, expulsó de la comisión negociadora al senador Joan Benet, a quien muchos veían como presidente de la Generalitat tras su obtención del mayor porcentaje de votos de todos los candidatos, dando una clara muestra de su famoso autoritarismo. Tarradellas se sentía plebiscitado por las masas, atribuyéndose los tres millones y medio de votos de la totalidad de catalanes, olvidando que su más poderosa arma era el apoyo de Adolfo Suárez. El secretario general del PSUC, Gregorio López Raimundo, sería el único líder político que le reprochó al exiliado su oculto deseo de protagonismo sin pensar ni en el resto de partidos ni en los posibles votos obtenidos.

En medio de las negociaciones, Tarradellas se presentó de improviso en Madrid el 28 de junio, siendo recibido en privado por el rey y por Suárez, y manteniendo reuniones con todos los líderes políticos, asegurándose así su protagonismo sobre cualquier rival. Las fuerzas políticas catalanas echaron el resto en la Diada del 11 de septiembre, cuya multitudinaria manifestación fue acompañada por un mensaje del presidente Tarradellas a todos los ciudadanos, así como por la publicación de un avance de los acuerdos ya logrados entre él y Suárez, con lo que se destruían las esperanzas de cualquier otro candidato, pues se confirmaba la segura nominación de aquel.

Unos días más tarde, el vicepresidente militar, Manuel Gutiérrez Mellado, se había reunido con el capitán general de Cataluña, teniente general Coloma Gallegos, ex ministro del Ejército de Tierra con Franco, asegurándole que el restablecimiento de los derechos históricos catalanes no supondría una “ruptura de la unidad española.” Pero, el ministro de Relaciones con las Cortes, Ignacio Camuñas, dimitió el 28 de septiembre de 1977, por enfrentamientos con el vicepresidente político, Abril Martorell.

La mañana del 29 de septiembre de 1977, la secretaría de Adolfo Suárez convocó urgentemente por teléfono a todos sus ministros para una reunión extraordinaria a las 5 de aquella misma tarde. Pasadas las 7, y tras un par de horas de comentarios más que de discusiones, el gobierno del audaz abulense había decretado de forma provisional una preautonomía catalana vinculada históricamente al Estatuto de 1932, que en puridad significaba el reconocimiento de la legalidad republicana.

Tarradellas esperaba impaciente en la suite del Hotel France de Perpignan, guardando reposo por un ataque de lumbago, una llamada telefónica que le confirmase la noticia. Hasta que por fin llegó. El telediario de aquella noche pasó unas palabras en castellano, pero con fuerte acento catalán, del Honorable, mientras en muchos pueblos catalanes se produjeron espontáneas manifestaciones de alegría. En Barcelona, un pequeño grupo de unas cien personas se concentró frente al palacio de la Generalitat portando senyeras. El BOE del 30 de septiembre publicó los decretos restableciendo la Generalitat y su nombramiento como presidente.

El 3 de octubre, a los cuatro días de la firma por el rey del real decreto por el que se restableció la Generalitat, Tarradellas se reunió nuevamente con los políticos catalanes en el Museo del Castellet, en Perpignan, anunciando el calendario de su regreso. Su idea era formar un gobierno de 12 miembros, compuesto por representantes de todos los partidos, independientemente del resultado electoral obtenido. Cinco serán de tipo político (dos socialistas, uno comunista, uno del Pacte Democratic, y otro de la UCD), y siete de carácter técnico o administrativo. El 5 de octubre, la Asamblea de Parlamentarios eligió al organizador de los actos de retorno, a los que se quería dotar de gran boato y ceremonia – el cineasta y senador Pere Portabella –, fijándose el conveniente protocolo (recepción, séquito, parlamentos, escolta, etc.)

El día 20 de octubre llegó Tarradellas a Madrid en un vuelo privado procedente de Tours, ciudad más próxima a su residencia francesa. Al pie de la escalerilla fue recibido únicamente por el ministro de Trabajo, Manuel Jiménez de Parga, en representación del gobierno, quien estaba acompañado por el asesor de la presidencia, Sánchez Terán. Inmediatamente se trasladó al Hotel Palace, que sería su residencia durante su estancia madrileña. Al día siguiente visitó a las más altas autoridades, reservándose el día 22 para hacerlo a los palacios de la Zarzuela y la Moncloa, donde se entrevistó con el rey y el presidente del gobierno.

El día 23 de octubre de 1977, Tarradellas regresó a Barcelona como presidente de Cataluña. Desde el balcón de la Generalitat, en la plaza de Sant Jaume, anunció su presencia con la medida y mítica frase: “Ciutadans de Catalunya: Ja soc aquí!”.

Al día siguiente tomó posesión del cargo de presidente de la restablecida Generalitat, en un acto presidido por Adolfo Suárez, ante quien juró lealtad al rey, pronunciando un breve y moderado discurso. Sería, sin embargo aquél quien pronunciase una importante disertación en la que adelantó su intención de poner en marcha los inmediatos autogobiernos, defendiendo el pacto como virtud política fundamental para la democracia, y siendo las Cortes Españolas la institución que permitiera su formalización entre todas las tendencias ideológicas del Estado. A partir de la decisión parlamentaria sería ya posible gobernar con autoridad. Citó el ejemplo de Tarradellas como símbolo de la reconciliación, señalando a la Generalitat como un factor de consolidación de la democracia española. Toda una lección de pragmatismo, con la aplicación de un verdadero modelo de proceso negociador.

Se había posibilitado lo que unos meses atrás parecía imposible. ¿Quién ha dicho que ahora no se pueda repetir…?

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