“Crónica de un tumulto policial”, por Carlos Solís.

Carlos Solís.

Eran las diez de la mañana cuando se producía en los alrededores del Congreso de los Diputados un inusual griterío enfervorecido con animal irracionalidad y acompañado de tambores aporreados desafinadamente, sin el más mínimo sentido de la armonía.

Al poco comienza a percibirse el ruido de numerosos petardos lanzados, un ruido que tiempo después de desvanecerse en el aire, se perpetúa en éste mediante sucio olor a quemado. Tras tener lugar estos hechos acuden varias lecheras de la policía que bajan por la Carrera San Jerónimo para contener a la masa enfervorecida de alborotadores.

Portaban los manifestantes –como si de un homenaje a los atracadores de la casa de papel se tratara– máscaras de Dalí y también numerosas -tan numerosas que seguramente tocarían a más de una por manifestante- enseñas nacionales, tambores y petardos, en cantidad suficiente para perturbar la tranquilidad del Congreso a lo largo, como mínimo, de toda la mañana.

De entre los gritos, que acompañaban al incesante petardeo y a los torpes golpes de tambor, era el más repetido “¡Jusapol!”, tal era la fe que tenían en su convocatoria que se veían en la acuciante necesidad de repetir incesantemente quiénes eran, de modo que hicieron de su mero nombre la consigna más repetida.

O quizá fuera fruto de la incapacidad de idear algún otro grito más elaborado, quién sabe. Resultaba una escena profundamente irónica: miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, en teoría encargados de mantener el orden se dedicaban a perturbarlo lo más gravemente que podían, a la par que se cubrían el rostro con máscaras popularizadas por unos atracadores de ficción.

No contentos con las molestias causadas hasta el momento, deciden internarse entre las lecheras ante la mirada de unos impasibles antidisturbios y avanzan por Carrera de San Jerónimo hasta casi alcanzar la verja de acceso a las dependencias del Congreso.

Al poco tiempo avanzan también por la calle de Zorrila y alcanzan la otra verja de acceso, situada en dicha calle. Salen por esta verja más antidisturbios, procedentes de las dependencias de dentro del Congreso y se sitúan junto a la verja por su parte exterior con impasible ademán a la par que son recibidos por los alborotadores al grito de “¡Estos son nuestros compañeros!”

El alcance por los manifestantes de las proximidades de ambas puertas tiene como consecuencia que se impida la salida por las mismas. Con esto, a la ironía de los agentes del orden ufanados en producir cuanto desorden pudiesen se une la de bloquear y perturbar el funcionamiento de la sede de la soberanía nacional de esa España cuyas banderas portan con orgullo.

Con banderas de España bloquean el máximo templo de la representación del pueblo español, con cánticos primarios, cutres, sin la más mínima elaboración desprecian la riqueza lingüística del castellano. ¿A que van pues con esas banderas? ¿No será esas mismas banderas lo único que de españoles tienen?

Son ya las 13:30 cuando acabo esta brevísima crónica y aún continúa el incivilizado tumulto. Seguramente dediquen varias horas más a incurrir en irónicas contradicciones en el transcurso de su incivilizado griterío acompasado con petardeo y redoble de tambor. Habrá de ser otro quien las narre.

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