“Cromwell”, por Antonio Miguel Carmona.

Antonio Miguel Carmona.

En un poema de 1962, censurado en principio por el régimen franquista, Gil de Biedma escribió: “De todas las historia de la Historia/sin duda la más triste es la de España,/porque siempre termina mal. Como si el hombre,/harto ya de luchar con sus demonios,/decidiese encargarles el gobierno/y la administración de su pobreza”.

Es difícil encontrar en la historia de España un pasaje y un paisaje en el que todos estemos de acuerdo. Los errores se suceden por falta de estadistas y exceso de pillabocadillos expertos en coyunturas y jaurías.

Yo soy republicano y socialista, que es como ser doblemente republicano, hijo político de la V República Francesa. Aun así, contemplo con temor los avatares de aquellos cuya experiencia es la de cometer errores y repetirlos como si nada pasara. Veo además con estupor las jaurías que se forman tras ellos que de republicanos, por cierto, no tienen nada.

Los mismos que decían “¡muera el rey!” gritaron después “¡vivan las caenas!”.

El error político del rey emérito marchando del país tras carta expeditiva y dando pábulo a interpretaciones de su huida tiene, es cierto, antecedentes que se repiten en nuestra historia. ¿Quién ha tenido tamaña temeraria ocurrencia?

El rey emérito debiera ser juzgado con naturalidad como todo ciudadano de una nación que merece siempre justicia y no impunidad. Pero eso no es ser republicano… es simplemente ser demócrata.

Otra cosa bien distinta es que el papel de Juan Carlos I como garante de la Constitución y del sosiego político de los españoles es incuestionable. La historia rendirá especial tributo a alguien que supo impulsar la transición y la reconciliación entre dos Españas.

Este asunto nos ha hecho ver que las dos Españas siguen vivas. Aquella, torpe y pelota, que es capaz de justificar, ya no sólo cobrar comisiones en negro, sino durante decenios mirar para otro lado para poner un cortafuegos entre los bienes públicos y los vicios privados.

Y aquella otra España, que se lanza como una jauría, con el vicepresidente del Gobierno al frente, uno de los mayores e insignificantes imbéciles de la historia reciente de nuestro país, títere de servicios de información del exterior, capaz de no respetar la presunción de inocencia de la misma forma que Cromwell tomaba decisiones de espaldas al Parlamento.

Vendrá la República y será traída por la prosperidad. Será cuando sea. Cuando decidan los españoles. Vencerá su imperturbable razonamiento cuando los ciudadanos deseen en tiempo, forma y ley. La República no será traída por independentistas, populistas y periódicos de derechas.

El error del rey de marcharse ha sido aprovechado por fanáticos como Cromwell. Es obvio que el reinado de Carlos I de Inglaterra fue tan insensato como estúpido. Pero no menos cierto es que la alternativa no era Cromwell porque, como un péndulo, traería de nuevo a los monárquicos como Carlos II de Inglaterra y Escocia.

Si los españoles deciden, como deciden, que Felipe VI sea el Jefe del Estado, nadie debe tratar de violentar nuestra ley y la voluntad popular. Y menos algunos medios de la derecha española que se creen que somos tontos. Acompañados por servicios secretos de otros países que están disfrutando como niños contemplando qué poco les cuesta la desestabilización y tener en nómina a algunos.

Cuando dos terceras partes de los españoles creen que la alternativa a Felipe VI es Felipe VI tengo que aceptar que la concordia pasa por la estabilidad en la Jefatura del Estado. El día que dos terceras partes de los españoles decidan que la República sea su forma de Estado, tendrá la otra España que respetar la legalidad y la voluntad de todos.

La que no es una alternativa es Cromwell. Porque tras un golpe como el del Protector, el péndulo de la historia volvería a inclinarse decenios después hacia el otro lado. A mí lo que más me importa es salvar el empleo y la salud de los españoles, el derecho a una vivienda, el fortalecimiento de la sanidad pública, la educación universal y que nadie se quede atrás.

Cuando los monárquicos regresaron al poder, corrieron a la tumba de Oliver Cromwell, le desenterraron, le colgaron de cadenas, le cortaron la cabeza, y la tuvieron expuesta a todos los británicos durante años.

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