Con lo público no se juega

Carolina Gutiérrez Montero.

Por Carolina Gutiérrez Montero (investigadora biomédica)
Llevamos ya muchos días en los que una institución pública como es una universidad se encuentra bajo la lupa por las irregularidades en ella cometidas.
No quiero hablar de la dimisión de la Presidenta de la Comunidad de Madrid, porque no encierra discusión alguna sino del efecto que todo esto está generando en la credibilidad de las universidades públicas. Algo por otro lado que no debería estar en entredicho, pero que desgraciadamente se encuentra en la mente de muchos estos días.
La universidad constituye ese lugar del conocimiento en el que como en las escuelas de la antigua Grecia los grandes maestros filósofos enseñaban a sus discípulos. Un lugar de convivencia y aprendizaje donde se adquieren los cimientos sobre los que construir nuestros conocimientos futuros.
Si algo ha caracterizado a la universidad pública ha sido el abrir sus puertas a gran parte de los que deseaban atravesarlas, y no sólo reservarse para los hijos de las familias adineradas que eran los únicos que podían acceder en otros tiempos a ella.
Hemos vivido cómo los hijos de los obreros y las clases medias hemos podido recibir enseñanzas de calidad, impartidas por los mejores profesionales y que nos permitieron obtener títulos universitarios con los que competir en el mercado laboral con los mejores. Gente de mi edad hemos sido las primeras generaciones de universitarios de nuestras familias, que vieron muchas veces reflejados en nosotros los sueños que ellos no pudieron cumplir.
Hemos visto a nuestros padres sacrificarse para que sus hijos recibiesen la mejor formación, esa que nos podía facilitar una universidad pública. Les hemos visto emocionarse ese día en que nos licenciamos, ese día que pensaron que su esfuerzo había valido la pena. Y les hemos visto llorar cuando años después de terminar una carrera conseguimos también el máximo título académico, el de doctor.
Aún recuerdo el discurso de por aquél entonces rector de la Universidad Autónoma de Madrid, D. Ángel Gabilondo, elogiando el papel de la universidad pública, y de los recién doctorados que recibimos de sus manos la Medalla que acreditaba dicha distinción.
Probablemente no hay mejor inversión que aquella que se destina al conocimiento de nuestras próximas generaciones. Ese dinero público de todos que lleva como destino la formación de nuestros jóvenes para su salida a un mundo laboral en el que toda formación es poca cuando se trata de competir entre los mejores.
Por todo esto y por más, no es de recibo que una universidad pública, se encuentre como está en estos momentos, cargada de cierto desprestigio por el mal hacer de algunos: los que cometen las irregularidades desde dentro favoreciendo a unos cuantos y los de fuera que aceptan estas irregularidades para con ellos con fines de crecimiento profesional falso.
La igualdad de oportunidades que ofrecía la universidad pública en su concepto, queda rota por este precepto de superioridad de unos sobre otros: de nuevo el poder de los grandes pretende acabar con la lucha y el sacrificio del resto de los mortales.
Las irregularidades deben aclararse lo antes posible y poner a cada uno en su sitio. Que los alumnos de esta universidad se sientan tranquilos y puedan confiar en su trabajo y esfuerzo diario que nada tiene que ver con las corruptelas de unos pocos. Que los corruptos sean expulsados lo antes posible para que no sigan manchando el nombre de esta universidad. Y los que inflaron su currículum que vayan borrando sus mentiras y abandonando sus responsabilidades públicas.
Lo público es muy serio, principalmente porque es de todos. Lo público se debe respetar a todos los niveles: no podemos aprovecharnos del mismo a costa de otros y no se pueden ostentar cargos públicos cuando has puesto el servicio del mismo en tu propio beneficio. Con lo público no se juega.

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