“China deja atrás las estrictas restricciones frente al coronavirus”, por Francisco Villanueva Navas.

Francisco Villanueva Navas.

Francisco Villanueva Navas · @FranciscoVill87. Economista y periodista financiero.
Para comprender la política china sobre el Coronavirus hay que tener en cuenta 3 indicadores fundamentales: la República Popular ha tenido en los dos años de pandemia 5.235 muertos sobre una población de 1.440 millones de habitantes (en EE.UU. los muertos por el Covid ascienden a 1,2 millones); y allí estalló el 20 de diciembre de 2019 la gran crisis del Covid-19, que abarcó de inmediato a más de 400 millones de personas con epicentro en la provincia de Hubei, ciudad de Wuhan. En España e Italia, donde el Covid se cebó en los primeros meses de pandemia, los muertos superan los 100.000 en España y los 150.000 en Italia, simplemente da escalofrío comparar estas cifras, desatadas en EEUU, altas en Europa con China que es enorme y sin apenas muertos….

Luego hay que advertir que más de 30% de la población de más de 70 años de edad no está vacunada ni quiere estarlo, y recurre como siempre ha sucedido a la medicina tradicional. Por último, China recurrió a una estrategia de lucha contra el Covid resultado de combinar su extraordinaria cohesión social de origen confuciano/comunista, lo que implicó el cierre de gran parte de su economía y la clausura durante meses en sus hogares de amplios sectores de su población, con una campaña de vacunación masiva que tuvo lugar sólo en el segundo año de la pandemia porque en el primero no existía vacuna de ningún tipo para enfrentar la pandemia.

A partir del 15 de diciembre de 2019, la economía china, la segunda del mundo, estuvo prácticamente paralizada durante 45 días, y el producto cayó 13,5% anual en ese periodo.

Esto fue el resultado de la drástica política del gobierno de Beijing que llevó a una cuarentena obligatoria que abarcó a más de 400 millones de personas (60 millones solo en la ciudad de Wuhan y sus alrededores).

Fue un ejercicio de autodisciplina y acción colectiva verdaderamente extraordinario, que contó obviamente con el completo respaldo y participación de la población, lo que permitió comprobar una vez más la indiscutible legitimidad de su sistema político comunista, una máquina eficaz en gestión y planificación.

China logró controlar la pandemia en su etapa inicial en sólo siete semanas, y normalizó la situación en Hubei/Wuhan el 15 de marzo; y todo esto lo hizo sin vacunas porque no existían.

El dato central de la economía global en la etapa post-pandemia que se desplegó en la segunda mitad de 2021 es el boom asiático, con China como eje central. La República Popular experimentó entonces una expansión de 6,2% anual; y los países de la ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático) crecieron el doble del promedio global a partir de 2019. El consumo asiático era 23% del total mundial en 2000, trepó a 28% en 2017, y alcanzaría a 52% en 2040; y la clase media alcanzaba a 23% del total global en 2000, subió a 42% en 2017, y alcanzaría a 52% en 2040. Dentro de esta tendencia, China es una categoría aparte: la clase media con ingresos comparables a los norteamericanos (35.000/45.000 dólares) alcanzó a 500 millones de personas en 2021; y en esta clase media ampliamente digitalizada y que habla una especie de inglés, se encuentran los 150 millones de turistas chinos al exterior que viajaron al Asia, a los EE.UU. y a la Unión Europea en la etapa pre-pandemia; y el porcentaje intra-asiático del intercambio global ascendió a 60% el año pasado, mientras que era 35% una década atrás; y 59% de la inversión extranjera directa que recibe el Asia con sus 4.600 millones de habitantes, la mitad de la población del mundo, es intra-regional, y proviene fundamentalmente de la República Popular China.

Lo que esto significa es que a medida que aumenta el intercambio global, el papel de Asia, con eje en China, es cada vez más relevante. La región asiática tiene hoy un grado de integración productiva, alrededor del sistema de producción transnacional, que es mayor al de la Unión Europea (UE); y en ella el papel central en materia de inversión, conectividad, e innovación está inequívocamente en manos de la República Popular, convertida en los últimos 10 años no solo en la segunda economía del mundo, sino en la principal socia comercial de 144 países de los 192 representados en Naciones Unidas.

En las últimas cuatro semanas se desataron en las principales ciudades chinas importantes manifestaciones de rechazo a la cuarentena forzosa, y al consiguiente cierre de la economía; y la respuesta del gobierno de Pekín ha sido flexibilizar en todo el país esas medidas, después de demostrar que la variedad “Omicrón” del Covid-19 ha perdido gran parte de su carácter infeccioso, acompañado de una virtual desaparición de la letalidad.

El dato estratégico que se desprende de lo anterior es que en la República Popular existe una poderosa opinión pública constituida por 1.100 millones de usuarios de Internet, que lo convierte en el país más digitalizado del mundo; y el sistema de poder gobernante, con eje en el PCCh, sabe que su dominio no tiene un carácter burocrático, y mucho menos represivo, sino que se basa exclusivamente en su identificación con los intereses, reclamos y exigencias de su población. El sistema político chino es, en suma, un ejercicio constante de realismo e identificación con las exigencias populares, y que es ésta y no otra la base de su extraordinaria legitimidad política.

El juicio sobre la legitimidad de un sistema, el momento en que mueren las palabras y de nada sirven las justificaciones teóricas, es cuando esa estructura de poder reconoce que ha llegado el momento de cambiar y cambiará.

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