Editorial “El ruido del silencio”

Jamás hizo tanto ruido el silencio de Puigdemont a la demanda de aclaración por parte del Consejo de Ministros. Nunca se hizo tanto daño con la ambigüedad y el cinismo como el perpetrado por un president que vive sus días ajeno a la realidad.
El silencio es el único amigo que jamás traiciona. Y precisamente éste debe ser el único amigo que parece quedarle a un President de la Generalitat cuestionado por los suyos (PDCat), presionado por sus cercanos (ERC) y refutado por sus aliados (CUP).
Pero el silencio, la callada por respuesta, es intolerable en un país democrático. La deslealtad superlativa escondida en el cinismo, la anfibología y el rodeo. Cuando no la tergiversación y el histrionismo.
La carta de Puigdemont es toda una ceremonia de transtorno de despersonalización. El político pace en el monte cobijado por los radicales que le animan a seguir retando al Estado y poniendo en peligro el régimen de libertades.
El Estado, visto lo cual, se hace fuerte y, en lugar de tender manos o puentes, promete palos y leyes. Puede que irremediablemente, pero también insuficientemente. Porque si dinamitamos los puentes por los que huye el adversario, a éste no le quedará más remedio que la persistencia.
Por muy posible que este síndrome de despersonalización lleve al ejecutivo de la Generalitat a cuestionar la independencia de un poder judicial que ha imputado y retirado el pasaporte a Trapero.
Por eso a veces, el ruido del silencio, se convierte en insoportable.

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