Editorial “Ochenta y cuatro centésimas”

La Red Europea contra la Exclusión ha denunciado que, en el caso de España más empleo no significa reducción de la pobreza. La precariedad y la explotación hacen que una persona con un empleo precario pueda considerarse excluido.
A pesar de que en España la la ocupación haya aumentado en 236.000 personas y la tasa de paro se haya reducido en ochenta y cuatro centésimas, sin embargo, la precariedad y la explotación convierten a una buena parte de los ocupados en ciudadanos extremadamente vulnerables.
Si nueve de cada diez nuevos contratos es temporal, cabe decir que esa temporalidad es cada día más precaria. Contratos de tres, dos o una hora se acompañan por salarios de miseria y amenazas de desempleo a todos aquellos que reivindiquen la vuelta al convenio.
Y cuando utilizo el término explotación lo hago con la convicción puesta en el hecho de que muchos de mis alumnos, al acabar la carrera, son explotados por un mercado laboral que se aprovecha de su deseo de redactar líneas en un currículo que cabe de momento solo en una hoja.
Llamo explotación a todos aquellos trabajadores que por ser migrantes se les excluye de la contratación legal. Llamo explotación a la imposibilidad de que una mujer embarazada pueda encontrar empleo y aquella que lo tiene cobre una cuarta parte menos que su compañero de trabajo.
No es sólo que este gobierno sea ciego a la realidad social, que lo es, sino que carece de la inteligencia suficiente como para saber que debe impedir la explotación como paradigma tan injusto como antiguo.

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