Editorial “Máximo común divisor”

Hace tiempo que aprendí que sólo los que suman alcanzan los objetivos políticos colectivos. Restar o dividir es de fracasados y, la mayor parte de las veces, de mediocres.
Puigdemont pasará a la historia como el ejemplo del político que dividió a todo número divisible por cualquier otro. El Presidente de la Generalitat es el divisor inevitable de todo aquello que merece la pena para cualquier bando. No se pueden hacer peor las cosas.
Ha dividido a la sociedad catalana en facciones irreconciliables, heridas que tardarán en cicatrizar, empresas que se van o amenazan con irse, familias que no se hablan entre sí, universidades que prometen el mito antes que la defensa de la razón.
Ha dividido a la sociedad española entre aquellos que defienden las puertas abiertas y otros que justifican la ley y la contundencia como instrumento político para alimentar a radicales de un lado y de otro.
Ha dividido a las instituciones catalanas, a los ayuntamientos consigo mismos, a los munícipes con sus vecinos, a los ciudadanos con sus representantes y a los representados con sus representantes.
Ha dividido el bloque independentista, grupo que lejos de ser monolítico, hace campar en el monte a la CUP, en el altiplano a ERC, en el peor de los desiertos a Artur Mas y a los Pujol con un pie en la cárcel.
Ha dividido a los suyos del PdCat, dinamitando a un gobierno que nunca pareció estable, sin capacidad de liderar nada de nada, con cada uno de los consejeros mirando hacia otro lado.
Opiniones divergentes entre las migajas de un poder decadente.

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