Editorial “Marx”

Salgámonos por un momento de la realidad cotidiana. Observemos con ojo de pájaro aquellas cosas que tienen un escaso recorrido informativo y que explotan cada día en las noticias. Giremos la cabeza y miremos hacia atrás.
En 2018 de nuestras entretelas se cumplen 200 años del nacimiento de Karl Marx en Tréveris, municipio alemán y casi en la misma frontera con Francia, Luxemburgo y Bélgica. Y éste que les escribe, pegado a Hegel como quien tiene de libro de cabecera la Fenomenología del espíritu, no puede sino mirar atrás y ver la historia con ese imparable motor dialéctico de la evolución social.
Pocos se acordarán, en este país sin memoria, que hace dos siglos, digo bien, nació uno de los más brillantes pensadores del milenio. Bebedor incansable de Hegel mientras estudiaba en la Universidad de Bonn, aún espera que se le analice con la objetividad requerida y admirada.
Y va siendo hora de que se hable de su esposa, Jenny, hija de la aristocracia prusiana y de un nivel intelectual que va más allá del hecho, apuntado en toda biografía, de que dio a luz siete de los siete hijos de Carlos.
De su vida en París, de su exilio en Bélgica, me quedo con aquello que me dijeron en la Complutense mientras hacía los cursos de doctorado: -“Carmona, mezclas las ideas del Manifiesto con el primer tomo de El Capital”.
Es posible que un veinteañero mezclara los conceptos de un opúsculo con uno de los tres tomos de una gran obra. Pero, sabiéndonos casi de memoria el Manifiesto Comunista (1848), podemos concluir que Marx, y nosotros como él, fuimos a la par hombres y mujeres de acción y de pensamiento.
Y en ese reposo con el que hoy escribo, como el que tuvo la vida de Karl en Colonia, me enoja observar que los pensadores se ponen de moda para llevarles a categoría de mito y, casi en el mismo instante, se les desprecia como se arroja su obra al basurero de la historia.
La vida de Marx en Londres estaba repleta de la pobreza de aquel que dedicó su horas a la lucha de clases, no sólo como motor de la historia, sino como forma de vida de todo aquello que hacía, escrito.
Se nos olvida la I Internacional  (Londres, 1864) y aquella lectura de juventud cuando Carlos redactó los estatutos de una reunión de la que tanto se ha hablado.  En el Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de Trabajadores, en la Asamblea Pública del 28 de septiembre de 1864 de Saint Martin´s Hall de Long Acre, Londres, Marx señaló:  “Después de una lucha de treinta años, sostenida con una tenacidad admirable, la clase obrera inglesa, aprovechándose de una disidencia momentánea entre los señores de la tierra y los señores del dinero, consiguió arrancar la ley de la jornada de diez horas”.
Porque la izquierda no debe dejar de luchar y verse a ella misma como garante de una evolución que debe hacer que el esfuerzo merezca la pena de la misma forma que logramos mejorar la vida de muchos y la emancipación de tantos.
La mirada hacia atrás nos debe servir para ver el cambio social escrito sobre los relatos factuales de la historia, en suma recuperando a Hegel, llenando de horizonte un futuro que apunta el pasado.
Pasé meses explicando, analizando y criticando el modelo de reproducción simple y el modelo de reproducción ampliado de El Capital (1867).  Recuerdo cuando se incluía en las primeras clases que impartí de Estructura Económica y que jamás olvidaré.
No debemos dejar pasar el homenaje a Carlos Marx, como hombre, como político y como pensador. Porque igual que a él se lo llevó por delante una gripe mal curada, a nosotros nos puede hacer sucumbir la desmemoria.

2 thoughts on “Editorial “Marx””

  1. Muy buena «Carta», querido Antonio Miguel. Visité una vez en Tréveris la casa natal de don Karl y allí una amiga me fotografió con el puño cerrado, eso sí, algo hacia abajo (eran los tiempos del engañoso «fin de la historia»), mientras el índice de la otra mano apuntaba al cerebro, porque el modesto mío se alimenta de esa gran verdad: «no es la conciencia del hombre la que determina su ser, es el ser social lo que determina su conciencia»; y en la foto iniciaba simulaba yo echar un paso adelante para, sin pretender ser filósofo, procurar «no sólo interpretar el mundo…sino (aunque sea en una cienmilésima) transformarlo».
    Un abrazo.

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