«Carta de Milarepa desde el Tibet» (X), por César García Cimadevilla.

César García Cimadevilla caricaturizado.

El suspiro de alivio que has exhalado cuando te he comunicado que voy a dejar de hablar de tus intimidades más íntimas y centrarme en lo que importa, en cómo la humanidad podría salir de este ensayo apocalíptico sin dejarse demasiados pelos en la gatera y tan cambiada que no la reconocería ni sus padres, Eva y Adán, ha llegado hasta lo alto, hasta lo más alto, hasta la cumbre del Everest donde estoy sentado en la postura del loto, ahora que los montañeros han dejado de subir hasta aquí como un rebaño de cabras montesas para fotografiarse en la cumbre, eso sí, guardando cola, tanto al subir como al bajar. Comprendo tu alivio a pesar de tus protestas de que nada tienes que perder porque lo has perdido todo y que te importa un comino que los demás sepan lo que bulle en tus recovecos interiores, porque como tú dices tan expresivamente, lo que se han de comer los gusanos que lo vean los cristianos, los budistas y todos los seguidores de todas las religiones, porque desde la perspectiva de la muerte los secretos e intimidades son como los actores de las películas, que hacen como que nadie les ve sabiendo que la sala está a rebosar y cada uno piensa lo que piensa. No sabes si tus seres queridos están leyendo mis cartas, pero por si acaso piensas que es un alivio que dejen de avergonzarse de tu impudicia, como si te pasearas desnudo por las desiertas calles de las ciudades –ahora no tanto- exhibiendo la monstruosidad de tu cuerpo tan poco cuidado. En fin, Serafín, como dices tú,  que me alegra poder facilitarte un poco las cosas, porque hasta los instrumentos merecen  un respeto. Pero antes de cerrar mi boca al pregón de todo aquello que los demás ocultan, como si debieran hacerlo, porque piensan que si los otros conocieran su interior, hasta sus pensamientos más íntimos, les amarían menos (craso error, como también dices tú, porque lo has expuesto en otros textos, no dictados por mí, “no se puede amar lo que no se conoce”) me permitirás un último desvelamiento de tu intimidad.

Sé que te gustaría que profetizara, como por un tubo (curiosa expresión que no comprendo, porque aunque he aprendido tu idioma aún me cuesta pillar tu lenguaje coloquial y tus expresiones tan a pie de calle, que tanto te gustan y te divierten) sobre las terribles lecciones que recibirá la humanidad de aquí a un año, más o menos, tales como la que ya mencioné al hablar de tus pensamientos tras la pesadilla, las voces de los muertos escuchándose por todo el planeta, o el surgimiento brutal de la telepatía planetaria, como escribiste en una de tus terroríficas y delirantes historias, “Terror en las mentes” y su secuela “Cartas mentales del telépata loco” que no terminas de rematar porque te da miedo, o canguelo, en otra curiosa expresión. Sé que imaginaste el comienzo de la historia en un plató de televisión donde se escuchaba una voz telepática, en forma física, perfectamente clara en el aire, recogida por los micrófonos, y alguien que estaba pensando en ponerte, o poner al personaje, a caer de un burro, veía pasmado cómo su pensamiento se expresaba también de forma física. Y luego entraban más al barullo y se formaba un buen pandemónium. Total, que al final toda la humanidad se volvía telepática, en un pis-pás, con los efectos terroríficos que tan bien conoces. Es cierto que ocurrían cosas muy graciosas, tales como que los gobernantes y políticos se veían obligados a dejar de mentir, porque sus pensamientos se transparentaban en el aire. También has pensado, que lo sé yo, en otra posible lección apocalíptica que obligara a la humanidad a cambiar de una vez, sin más retrasos ni disculpas, era la imposible situación en la que todos los animales comenzaban a hablar el lenguaje humano. Algo que sin duda surgió de tus conversaciones con Zapi, tu gato, que a veces te responde imitando la musicalidad de tu voz con tal donaire que no has podido menos que decirle: Vaya, Zapi, parece que estás aprendiendo el lenguaje humano. En tu relato esto tenía consecuencias de todo tipo. Pero no es una idea tan original porque ya la leíste en aquella saga de fantasía de David Brin, si no recuerdo mal, titulada la Rebelión de los pupilos.

Sí, te gustaría que la humanidad recibiera estas dantescas lecciones, puesto que según tú yo tengo tanto poder que me sobra para hacer que esto ocurra. Se merece estas lecciones y más, piensas después de ver la muerte del hombre de raza negra, aplastado por la rodilla de un policía blanco que debió pensar que algunos humanos no tienen derecho a respirar si su piel es de un color que a él no le gusta, entre otras brutalidades de esta especie humana que lleva siglos perdiendo el rumbo y tal vez nunca lo encuentre. Pero sabes muy bien, aunque lo disimules, que nada de esto cambiaría a la humanidad. Que si no lo he hecho ya la pandemia y las demás pandemias que se avecinan y ya están haciendo cola, tampoco lo harán las voces de los muertos, que la humanidad se convierta en telépata o que los animales comiencen a hablar el lenguaje humano que llevan años haciéndolo en las películas de dibujos animados y ahora en otras en las que hacen mover la boca a pobres animalitos amaestrados para que el doblador de turno se luzca. Así pues espero que te conformes con un análisis somero de tu metáfora, que se te ocurrió viendo esa serie de Tales from the Loop (me perdonarás si no escribo bien porque no sé ni papa de inglés) en la que la protagonista encuentra un artilugio cuántico, más que mágico, y para el tiempo. Tú también lo has encontrado y tras haberle cambiado las pilas, que estaban gastadas, te dispones a darle al “on”. Antes ponte la pulsera de acero en la muñeca y ponme a mí la otra, que solo hay dos. Como bien sabes, me vas a obligar a matizar mucho tu metáfora, pero te lo debo por lo mucho que tú has hecho por mí. Así pues, digamos ‘Hale hop”, abracadabra o lo que quieras y comencemos o començon, como decían tus admirados Tip y Coll. Ya puedes apretar el “on”.

QUE LA PAZ PROFUNDA OS ACOMPAÑE A TODOS EN EL CAMINO

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