“Carta de Milarepa desde el Tibet” (VIII), por César García Cimadevilla.

César García Cimadevilla caricaturizado.

Conozco bien tu afición por el mundo onírico. Llevas años recordando tus sueños y anotándolos al despertar, como un burócrata de los sueños, si me permites la humorada. Hace algunas noches viviste una pesadilla que te dejó muy tocado, según tus propias palabras. No por el tema que se está repitiendo desde hace unos meses, pero sí por el realismo y la sorprendente intensidad del sueño. Tú lo achacas a la pesadilla del coronavirus y a algo que llamas el síndrome de estrés postraumático, que tú sabrás lo que es. No es algo que te pille por sorpresa porque buena parte de tu vida ha estado mediatizada por ese síndrome, aunque en tu juventud ni se sabía qué era eso o al menos tú ignorabas que alguien lo supiera. Teniendo en cuenta que lo que estáis viviendo se podría equiparar a una guerra, la mayor generadora de enfermos con ese síndrome, no te recatas en pensar que en estos momentos puede haber muchas personas en situaciones parecidas a la tuya. Que tienen dificultades para dormir, que padecen insomnio, que viven temerosas, casi aterrorizadas, angustiadas, fóbicas, a las que les cuesta no pensar en otra cosa y que incluso se plantean evitar salir de casa, incluso ahora que parece que comienza eso que llaman el desescalamiento, la posibilidad de salir de casa no solo para comprar alimentos sino hasta para pasear. Seguro que muchas tienen pesadillas, aunque les cueste recordarlas.

Tienes una evidente tendencia a quedarte con las hipótesis más negativas, por eso enseguida pensaste en un aviso de muerte. Menos mal que aún te queda clarividencia, lógica y una capacidad de análisis que no voy a negarte. Eso te ayudó a quitarte de la cabeza una idea tan macabra. Sin embargo el sueño, la pesadilla, aún persisten en tu vida. La anotaste al despertar, a las tres de la mañana, algo raro en ti y que solo haces cuando el sueño te impacta poderosamente. Te costó despertar por completo y asumir que sólo había sido un sueño. Tardaste casi media hora en poder levantarte de la cama para anotarlo. Recordaste entonces uno de tus viejos relatos inacabados, lo mismo que la poesía que intentaste escribir porque la prosa se te atragantaba. Ambos los titulaste “Las voces de los muertos”. Te planteaste que un día se empezaran a escuchar por todas partes las voces de los muertos. Una idea que entonces te pareció muy delirante, pero que ahora, con esta pandemia, ya no te parecería tan inverosímil, al fin y al cabo nadie puede negar que lo que está ocurriendo se parece mucho a un delirio extremo que muy pocos se atrevieron a imaginar, aunque es cierto que ahora se están sacando a relucir novelas que podrían equipararse a la situación actual. En tu relato algo se quebraba y el abismo que siempre separó a los vivos de los muertos se convirtió en un extraño puente que permitía la comunicación entre dos dimensiones tan alejadas, como el más allá y el más acá para algunos y la realidad y la nada, para otros. El tema daba para mucho, como lo dará esta pandemia para algunos escritores, tal vez por eso te perdiste y no encontraste el final. Demasiadas posibilidades, trágicas, humorísticas, líricas.

No viene al caso hablar de tu pesadilla, aunque en ella apareciera algún muerto, próximo a ti, fallecido bastante antes de que comenzara esta pandemia. En el sueño te hacías el dormido y no querías despertar, a pesar de que tu dormitorio se llenó de personas, la mayoría desconocidas. La calle estaba llena de voces y hasta tocaban una música bastante estridente. Aunque nadie te lo dijo tú sospechaste que se trataba de una caravana de una extraña asociación contra el confinamiento. No estabas seguro de si el confinamiento se había levantado realmente o había generado algo que estando despierto te has llegado a plantear. ¿Hasta cuándo será soportable esta especie de reclusión a perpetuidad? Claro que no encajaba la visita de los difuntos, más bien parecía que te fueran a llevar con ellos. Pero es lo que tienen los sueños, donde todo se mezcla y las diferentes realidades se superponen. La pesadilla te dejó sin aliento, porque era tan absolutamente real que hasta abriste la puerta del balcón de tu dormitorio para ver si había gente en la calle y pusiste oreja por si escuchabas voces o música. En tu pueblo hay un silencio monástico y la noche seguía ahí, con la farola de la plaza difundiendo su luz rojiza. Hiciste la respiración doble para tranquilizarte y luego lo anotaste todo, pensando que si el más allá fuera mejor de lo que te indican los sueños tal vez no te importara mucho cruzar el umbral. Por un momento se te erizaron los pelos de la nuca. ¿Y si realmente comenzaran a escucharse en el aire las voces de los muertos. ¿Qué dirían, que reprocharían a los vivos, cómo se comunicarían con ellos? Luego pensaste que si los muertos de los dos guerras mundiales, del genocidio nazi, los muertos por las hambrunas, por las guerras, por otras epidemias y pestes, si los millones de muertos que ha acumulado la historia de la humanidad no habían provocado la rotura de ese dique entre el más allá y el más acá no veías razón lógica para pensar que ahora sí iba a ocurrir. Pero es que todo esto es tan raro que hasta si semejante delirio comenzara en alguna parte y se extendiera con tanta rapidez como el coronavirus hasta lo recibirían con cierta chanza. Éramos pocos y parió la abuela, según ese refrán tan gracioso. Las voces de los muertos, tengo que acabar ese relato, pensaste y te volviste a la cama. Te costó volver a dormir, pero al fin lo lograste y los sueños fueron tan normales como antes de la pandemia. Sé que te gustaría que me dirigiera a toda la humanidad, que hablara de temas proféticos o apocalípticos, que analizara cómo debería cambiar la humanidad para que todo esto no volviera a pasar, cómo evitar que tu sociedad se venga abajo como un castillo de naipes. No te gusta que hable de ti, pero eres como una metáfora ambulante de lo que está ocurriendo. Alguien tiene que hablar de lo que está sucediendo en el interior de las personas, y a ti te conozco mejor que a nadie y sé que me lo permites aunque te moleste y no te enfadarás conmigo. Solo me queda desearte de corazón lo mismo que deseo a todos tus hermanos.

QUE LA PAZ PROFUNDA OS ACOMPAÑE SIEMPRE EN EL CAMINO

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