“Carta de Milarepa desde el Tíbet” (VI), por César García Cimadevilla.

César García Cimadevilla caricaturizado.

Esta semana santa ha sido rara para ti, no porque hayas hecho algo inusual sino porque el sentir con empatía cómo la estarían pasando tus hermanos, recluidos en sus monasterios, algunos tan diminutos, te ha hecho sentir muy, pero que muy rarito. Te ha hecho recordar aquellos ejercicios espirituales de las semanas santas que pasaste en el colegio religioso, siendo un adolescente, en los que no se podía hablar durante tres días, ni aproximarse a otros porque eso indicaría deseo de hablar y podías ser castigado. Os daban charlas sobre un tema básico: las postrimerías. Lo pasaste muy mal, ¿recuerdas?, convencido de que si morías en pecado, algo muy fácil, te irías al infierno, donde te quemarías en una caldera de aceite hirviendo durante toda la eternidad. Aquellas charlas eran tan represivas e inhumanas que alteraron tu subconsciente para siempre. Ahora, salvando las distancias, todo el mundo parece estar haciendo sus ejercicios espirituales, solo que no son espirituales y casi ni ejercicios, conectados por los instrumentos virtuales hablan por los codos, si eso es hablar, e intentan no pensar en las postrimerías.

Tus queridas músicas te han permitido un recogimiento meditativo, la novena de Beethoven, la pasión según San Mateo, El Mesías, Parsifal, esta vez alternadas con la ópera en casa, especialmente la tetralogía wagneriana que tanto te gusta, gracias a la generosidad del Palau de les Arts valenciano que lo ha puesto gratuitamente a disposición de los confinados. La generosidad es tan escasa en vuestra sociedad que casi no se considera un valor, al contrario resulta sospechosa, como si fuera un obstáculo en el mecanismo económico, un palo en la rueda. Recuerdas la respuesta que recibiste cuando intentaste poner tu “obra literaria” –resulta esperpéntico que le des ese nombre- gratuitamente a disposición de todos en una gran empresa virtual. No podemos hacer una excepción todo creador tiene derecho a recibir sus emolumentos. ¿Y si renuncia a ellos? ¿Y si decide dar algo por nada? Una sociedad, un sistema económico que bloquea la generosidad porque no encaja en sus mecanismos es una sociedad incapaz de enfrentar cualquier emergencia de cualquier tipo. La generosidad parece estar fuera de lugar porque acaba derribando la hilera de fichas de dominó.

Algo te llamó especialmente la atención en El Anillo del Nibelungo. Había una condición imprescindible para conseguir el anillo de poder: renunciar al amor. Eso te hizo pensar en los políticos y gobernantes que parecen seguir luchando por el poder aún en medio de un apocalipsis invisible y silencioso. Estás de acuerdo en que no es posible compatibilizar la lucha por el poder con el amor. El poder es sometimiento de los demás a tus ideas, intereses, a tu personal camino en la vida, mientras el amor es generoso, renuncia incluso a sus derechos para darlo todo sin pedir nada a cambio. No parece posible que los que luchan por el poder puedan al mismo tiempo amar. Eso hace que te preguntes por quiénes están al mando de la nave en estos tiempos. Si no son capaces de amar, ¿qué se puede esperar de ellos? No otra cosa que el Ocaso de los dioses, más bien de los diosecillos. El poder exige pactos, pero sobre todo insensibilidad hacia el dolor ajeno, hay que anular la empatía porque si sufres en tu piel lo que sufren los demás en la suya, no te queda ánimo para estúpidas luchas por el anillo de poder, el anillo de los Nibelungos. La vinculación del amor hace que sufras cuando los demás sufren, es duro, lo sé muy bien, pero no hay alternativa, salvo que te desconectes y no sufras nunca por los demás, eso es lo que hacen los psicópatas, los sociópatas, los asesinos en serie, desconectarse. Tú mismo podías haber visto a tu querido gatito Zapi solo como un juguetito entretenido. Si no hubieras tenido empatía y sintonizado con sus emociones, que las tiene, no habrías sufrido lo que sufriste cuando se puso tan malito -¿lo recuerdas?- pero si no amas, si no te vinculas, si no sientes empatía, no vives en el universo del amor sino en el Walhalla de los diosecillos, a la busca del anillo de los Nibelungos, pactando condiciones inhumanas, mintiendo, engañando, acabando con los demás porque son siempre un estorbo para los que buscan el anillo de poder. No hay otra opción, no puedes luchar por el poder y amar al mismo tiempo; como bien lo dice Wotan, para conseguir el anillo de los Nibelungos hay que renunciar al amor, como hace Alberich. Te preguntas si los gobernantes del planeta podrían renunciar a su esperpéntica lucha de poder, aunque fuera solo por unos momentos, para seguir el camino del amor. Si no es así no sabes qué se puede esperar de ellos. Seguirán con sus estrategias –algunos escondiendo el oro en la cueva y defendiéndolo con el fuego del dragón- de poder y no pensando en lo que piensa quien ama: en el bien de los demás, en cómo conseguir que la ciencia ayude, aunque sea dotándola de presupuestos en otros momentos desmesurados, en conseguir unos servicios sanitarios que sean una muestra clara de la apuesta por el amor y no en poner carne de cañón en vanguardia, para que el invisible ejército enemigo tal vez mute por el camino y se olvide de nosotros. Solo el amor es una opción de salvación, lo demás lleva implacablemente al Ocaso de los dioses. Que la paz profunda del amor os acompañe en el único camino posible. Como siempre, mi cariño para ti y tu gatito Zapi, a veces me hace sonreír la infinita necesidad de cariño que tienes, darías todo el tesoro del Nibelungo por un beso de Brunhilde, hablando metafóricamente, porque no están los tiempos para besos y abrazos. Siempre tuviste claro que nunca renunciarías al amor por el poder. ¡Ojalá que todos vuestros gobernantes lo tuvieran tan claro!

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