“Carta de Milarepa desde el Tibet” (III), por César García Cimadevilla.

César García Cimadevilla caricaturizado.

Es en estos tiempos de supervivencia global donde lo mejor y lo peor de la naturaleza humana sale al exterior y se transparenta sin filtros. Lo mejor puede llegar hasta la bondad más heroica, como ocurre con los sanitarios y todos aquellos que se dedican a que el resto de la sociedad sobreviva. En cambio lo peor se manifiesta en la depredación más mezquina en tiempos de dolor y amargura. Los estafadores siguen estafando. Aprovechando que todo el mundo está en sus casas, confinados, se dedican a los timos virtuales, intentando engañar a pobres gentes angustiadas. Hay quienes llegan a intentar dinamitar toda la estructura sanitaria introduciendo virus en los sistemas informáticos de los hospitales. Deben pensar que a ellos no les tocará, que nunca llegarán a un hospital, contagiados, dependiendo de los bondadosos profesionales y de los medios hospitalarios que ellos mismos han jaqueado. No sabe uno qué pensar, si son tontos o tan malos que su maldad les ha entontecido. En cambio tú, querido amigo y hermano en el Todo, mientras permaneces en tu casita aislada del mundanal ruido no puedes evitar plantearte si a ti te tocará, si vivirás o morirás. Te consideras una buena persona, y tal vez lo seas, pero sabes que eso no es un salvoconducto contra los virus. Tal vez lo fuera en otro planeta y con otros seres conscientes, más bondadosos, aquí no, desde luego. Puede incluso, llegas a pensar, que tengas más papeletas que los malos para morir, porque en una sociedad como esta si eres bueno estás en el punto de mira de algún rifle metafórico. Sabes que no se trata de señalar entre buenos y malos, como en una película del Oeste, pero está claro que quienes estafan en río revuelto, pescadores mezquinos y miserables, que quienes jaquean los sistemas informáticos de los hospitales, los especuladores sin escrúpulos que pueden intentar sacar tajada de cargamentos de mascarillas, por ejemplo, no pueden ser buenas personas. Este es un gravísimo problema en la sociedad en la que aún vives, la pérdida de toda ética, de toda moral, de cualquier diferencia entre el bien y el mal. Todo es relativo, dicen, en realidad puede que sean buenísimas personas y hayan cometido un ligerísimo error, fácilmente perdonable. Temerosos de caer en el dogmatismo de creerse poseedores de la verdad absoluta, se apegan al relativismo a ultranza, donde todo vale y el bien y el mal son dos caras de la misma moneda que uno sujeta en la mano. Con lo cual disculpan las mayores atrocidades y se alían con los malos, se hacen sus cómplices, por omisión, por mirar hacia otra parte. Y cuando llega el tiempo de la justicia, si es que llegan, hacen el paripé de severidad en un juicio en el que se condena a estos malvados a una multa no muy cuantiosa que pagarán encantados.

En un momento de trágica supervivencia, donde el dolor y la angustia deben incluso vivirse de lejos, como en el caso de los familiares de los fallecidos por contagio, que ni pueden despedir con cercanía a sus seres queridos, otros ni se inmutan cuando en las residencias de ancianos se encuentran cadáveres, tan abandonados en la muerte como algunos lo fueron en vida. Es un sálvese quien pueda, tan cobarde y mezquino como malvado. Mientras otros se juegan la vida atendiendo a los enfermos, como es el caso de una persona muy querida para ti, hay quienes ni siquiera mueven un dedo para que personas frágiles, indefensas por la edad o por enfermedades propias de la misma, tengan al menos una oportunidad de supervivencia.

Ni siquiera en estos tiempos algunos políticos dejan de lado sus ideologías, más o menos razonables, su mezquina defensa del partido político al que pertenecen, su interés estratégico para las próximas elecciones, y se hacen una piña con todos para lograr la supervivencia del mayor número de personas, piensen lo que piensen políticamente, dejando de lado cualquier otro interés, por justo y razonable que les pareciera antes. Y lo mismo ocurre con otros que son incapaces de aparcar a un lado lo que antes pensaban o defendían para ponerse de lado de los que sufren. No es que estos sean tiempos de ocultar verdades, que nunca lo son, pero sí de aparcar lo que no sea prioritario, de centrarse en evitar muertes y sufrimiento. Tampoco hay que evitar reflexionar, meditar, replantearse muchas cosas, especialmente si puedes permitírtelo porque estás confinado en casa, buscando la fórmula de pasar el tiempo. No habrá tiempo mejor empleado que el que se emplee en reflexionar por qué estáis donde estáis y a dónde queréis llegar cuando todo esto pase, que tardará y tendrá consecuencias de todo tipo. De eso no te cabe la menor duda. No puedo desvelar tu futuro ni prometerte que vas a sobrevivir, tampoco me lo preguntas, solo quiero que sepas que estoy a tu lado, que no te abandono ni te abandonaré si te llega la hora de abandonar una vida que nunca te gustó y que hubieras dejado tranquilamente en los peores años de tu juventud. Permíteme que envíe un abrazo fraternal y profundamente espiritual y amoroso a los familiares de los fallecidos que siempre les podrán despedir en sueños, porque todos ellos comparecerán a la despedida que no pudieron tener en vida. Que la paz profunda os acompañe a todos en estos momentos de dolor, porque la paz profunda nada tiene que ver con los tiempos tristes y trágicos, está en lo profundo de vuestros corazones. Buscadla allí y la encontraréis.

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