Cuando apenas lleva seis meses al frente del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde, su presidente, tiene ante sí uno de los mayores desafíos. Tendrá que decidir cómo afrontar la crisis sanitaria provocada por el coronavirus y, por extensión, la económica posible.
Los líderes europeos debatieron por videoconferencia las medidas a adoptar para afrontarlo. De ahí salió un plan escaso e indefinido para mover 25.000 millones de euros, de los que no se sabe de dónde saldrán 17.500.
Según Bloomberg, Lagarde advirtió de la gravedad de la situación y la llegó a comparar con la crisis de 2008. Según otras fuentes, insistió en la necesidad de impedir la complacencia. En esa misma línea escribió Gita Gopinath, la economista jefe del Fondo monetario Internacional (FMI) hace unos días en el blog del organismo.
Explicó que la caída de la oferta y la demanda de determinados productos se parecía a lo sucedido “durante la fase más aguda de la crisis financiera global”. Es más, era mayor a lo vivido con “otras epidemias recientes o después del 11-S”. Lo que está pasando en los mercados augura una nueva recesión si no se contiene la epidemia.
La presidente del BCE advirtió a los líderes europeos de que el mundo observa un “escenario que recordará a muchos de nosotros la gran crisis financiera de 2008”. En cambio, si se da una respuesta adecuda, el impacto podría ser solo temporal.
El BCE está analizando todas las herramientas a su disposición para facilitar financiación barata y liquidez. Ahora bien, alertó Lagarde, de nada servirán las medidas que aporte el banco central si los gobiernos no las respaldan mediante fórmulas que garanticen que los bancos prestan a las empresas afectadas.
Todo el mundo confía en que el BCE actúe, pero su margen de actuación es limitado después de años de tipos negativos e inyecciones de liquidez. La Reserva Federal estadounidense y el Banco de Inglaterra han bajado los tipos de interés.