“¡BANG!”, por Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal · @Gonzalo_Glezcar.
Agreste y terroso. Horizonte de un escenario por el que transitó el relato de la epopeya. Cristalizándola en la árida aspereza de un hipnótico paraje de desolación, que nada podría describirlo mejor que el reverberante aliento machadiano en las palabras de su Por tierras de España. Llanuras bélicas. Páramos de asceta. Una tierra para el águila. Trazo de planeta por donde cruza errante la sombra de Caín. Monument Valley.

Decir, a estas alturas, que John Ford es el cine resulta una obviedad, mas tácitamente arriesgada a juzgar por el modo -y moda- con que su obra ha sido virtualmente desplazada en el último -y desopilante- ranking elaborado por una de las más prestigiosas publicaciones cinematográficas en lengua inglesa… Eppur si muove. John Ford es más que cine. Es el intento por captar el trazo veraz de la condición humana. Y la inhóspita linde entre los estados de Utah y Arizona, su más recurrente lienzo.

Medio que es, a su vez, personaje. Donde no hay lugar para debilidad alguna. Y la heroicidad surge naturalmente ante la tragedia que éste engendra. Ocupando uno de los vértices del triángulo dramático de la acción, junto a los del héroe y su némesis. Embebiéndolo todo en un fundente abrazo de horizonte, calor y polvo.

Tombstone. Ciudad sin Ley. Confluencia perdida de los caminos de aquéllos que no quisieron andar ningún otro, con el de los que no supieron vivir sus vidas de otra manera. Donde los destinos antagónicos del sheriff Wyatt Earp y la familia de  desaprensivos ganaderos de los Clanton -un contenido ángel de mirada zarga llamado Henry Fonda y la versión mezquina del encantador Walter Brennan como patriarca de infame camada- tienen cita ineludible. Al amanecer. En OK Corral.

Latente fatalismo de un encuentro postergado hasta el final, que va tejiendo su urdimbre a lo largo del metraje a través del conflicto desplegado por los personajes, y que la mano maestra del director esboza sutilmente, entreverado en la verdad de las palabras y rasgos de la máscara que cada uno de ellos encarna. Dejando filtrar a través de una sucinta frase o un leve gesto la esencia de la naturaleza de su irremisible enfrentamiento.

«Cuando se saca el revólver, hay que matar». Grita colérico, reprendiendo a sus hijos, el genearca Clanton ante una afrenta dada con el sheriff sin más alcance a mitad del filme, pero que encierra ya la promesa de su desenlace. Bosquejo aleccionador del sentido de la contienda dada. De toda contienda. Que encierra el exigido mandato de economizar todo gesto hostil que no sea resolutivo. Pues nada evidencia menos utilidad ni merece mayor descrédito que la vacía acción del amago.

Confundir la capacidad conclusiva de un acto determinante con la vacuidad de una mera finta resulta fatal. La inefectividad mostrada en el movimiento practicado –reducido a mero ademán- evidencia la vacuidad oculta tras éste y malogra la imagen de su ejecutante. En un enfrentamiento, bien sea en una mugrienta cantina del lejano Oeste o en una sesión parlamentaria, desenfundar gratuitamente es algo que yo que tú no haría, forastero.

Ante la inutilidad del fingido movimiento –evidenciada su mera gestualidad- al duelista sólo le resta batirse en la disyuntiva entre retirarse o disparar al aire. Ridícula la primera. Vacua la siguiente. Tras la cual, disparada su única bala a modo de salva consagrada a su ego en la que deviene el fingido tiroteo, dispersa la nube, acallado su eco de palabras y fatuidad irresolutiva, sólo resta el silencio del vacío del acto mismo.

Un silencio que jamás es perturbado en un verdadero lance. En el que todo es sutileza. Precisión. Donde la tensión se masca por sí sola y desenfundar es el último recurso. Los contendientes se miran fijamente sabiéndose mutuamente espejados en el enfrentamiento que les liga. Miden sus fuerzas. Hieráticos. Contenidos. Calibrando cada movimiento. Sobra toda palabra de más. No hay subrayados. Tan sólo, tal vez, una sola frase. Tajante. Seca. Que lo diga todo. «Ése es mi filete, Valance». Pero eso ya es otra película.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *