“B-011”, por Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal · @Gonzalo_Glezcar.
Recoja su producto. Gracias. Concisa, la pantalla digital de la máquina expendedora muestra el emergente y calculado mensaje. Absorto, contemplo el movimiento articulado del brazo robótico, que compone el mecanismo interno expuesto a través de su frontal transparente, regresar a su posición de reposo mientras sostengo la gélida botella de agua. Las entrañas del autómata. Ubicada bajo la claridad del neón en el amplio corredor, su inadvertida presencia -ante las acostumbradas miradas de los alumnos a su paso- contrasta con el sofisticado funcionamiento de su atractivo diseño. Impasible, el dispositivo monta guardia pacientemente frente a la entrada a un estrecho pasillo, desde el que un pequeño y obscuro vestíbulo distribuidor -al fondo- parece susurrar la incitante invitación a adentrarse en una sugestiva gruta. A la que no me resisto.

Atravesado éste, las enrejadas ventanas del aula final, a la que da acceso, peinan el tenue haz vespertino de aquellos días de mediados de febrero. Expectantes, los estudiantes aguardan la llegada del maestro. Ajeno a todo, a todos, trato de discernir la razón que deliberadamente me llevó hasta allí, mientras tomo asiento. Inefable, la intuición guía un acto que la palabra no logra decir. Entonces. Aún.

Cargado con una prominente mochila, me apercibo que su ágil figura se abre paso hasta la tarima, desde la que, con voz perfectamente modulada, energiza la audiencia. En la cadencia de sus palabras se cifra el enigma que fui a desentrañar. Abierto, de su morral comienzan a emerger las notas familiares de una extraña melodía que, desde entonces no he podido, no he querido, dejar de escuchar. La de unas lecturas que, iluminadas por una luz distinta -la de la luminaria de su inteligencia- alumbraban una perspectiva nueva. Desde la que extraños perfiles e inquietantes sombras parecían emergen de una topografía supuestamente conocida. Realmente ignorada. Desde la que poder cuestionar los fundamentos de lo que uno cree saber. De lo que uno dice ser.

En el devenir de sus lecciones, mecidas al son de su movimiento a lo largo del aula, el flujo del pensamiento clásico se revivificaba ante nosotros, tornándose distinto. Contemporáneo. Subversivo. Eterno. Resulta de su lectura tamizada a través del cedazo de una visión desengañada. Lúcida. En la que la reflexión sobre la condición del sujeto enraizaba con el estado y el absoluto sin más solución de continuidad que aquella que la necesidad impone sobre todo cuanto es. Cierto o aparente. Real y sometido a su necesaria lógica, en todo caso.

Como el vértigo que se experimenta al comienzo del uso de unos lentes, cuya precisa distorsión no hace sino corregir el defecto de la visión de aquél que observa, sus incisivos comentarios espoleaban toda complacencia, invitándola al incómodo atrevimiento de enajenarse del hábito sobre el que se asientan todas las ficciones individuales y colectivas que gobiernan nuestras voluntades a través del sutil mecanismo del lenguaje. De observar lo aparente desde un punto de acomodo abismático a partir del que desenfocar las formas habituales del decir. Del pensar. Para tornarlo preciso. Sugestivo. Novedoso. Doloroso. Real.

Una realidad, a la que sólo accedemos como constructo humano, y que sólo se intuye desde el abrigo de la duda de lo que uno piensa -se dice- cierto. Albergando los márgenes de nuestra libertad en la acerada noción, sin concesión alguna, de nuestra precaria condición y limitado entendimiento. Buscando, como bien nos señalaba, en las sucesivas modulaciones de la pregunta que somos incapaces de responder, la verdad que de nosotros éstas arrojan. La perpleja visión reflejada de uno, del mismo modo que surge espejada en el frontal transparente del autómata del pasillo, en el artificio lingüístico del que somos creadores. Y  presas.

Así, tras los barrotes de aquella aula, tardes y seminarios se fueron sucediendo al compás de sus pasos. Mientras de manera aparentemente distraída emergían las reflexiones a través de los textos, comprendí el inadvertido honor del que éramos objeto. El de ser sutilmente invitados a participar en el más digno proceso de emancipación que podía sernos ofrecido. El del despertar a la consciencia a través de su mirada.

Au maître Albiac

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