Alemania, a punto de pararse

Alemania, a punto de pararse

Durante cuatro décadas no ha dejado de crecer.
La economía de Alemania podría estar a punto de pararse debido a las tensiones comerciales globales, las disputas trasatlánticas, un posible Brexit duro y la moderación que empieza a imprimir China a sus importaciones. La súperapertura al mercado global que permitió a la economía alemana crecer durante cuatro décadas podría tornarse ahora en debilidad, atendiendo a que las exportaciones suponen casi el 50% del PIB germano.

“De momento, no sentimos impactos negativos, pero no sabemos qué va a pasar”, señala Ingo Egloff, presidente de la plataforma de empresas que operan en el puerto de Hamburgo, el termómetro en el que se fijan los actores financieros. Y explica: “Si el Gobierno chino decide rebajar el crecimiento, eso tendrá consecuencias en el puerto. No sabemos tampoco qué piensa hacer Trump, pero está claro que no puede dejar de importar piezas de un día para otro porque son procesos que llevan tiempo. Y Reino Unido es otro problema”. Rotterdam Amberes podrían pasarlo peor.

Lo cierto es que Alemania está técnicamente parada. La semana pasada consiguió evitar la recesión por la mínima. El crecimiento del PIB, según los datos ofrecidos por la oficina oficial de estadística, fue cero, plano, en el último trimestre de 2018 y en el tercero se contrajo un 0,2%. A ello se une que la producción industrial alemana cayó en diciembre un 0,4%, un retroceso que se produce por cuarto mes consecutivo. Además, los pedidos no llegan. En el último mes del pasado año cayeron un 1,6%, sobre todo debido al retroceso de los encargos de fuera de la zona euro. Según el índice del Instituto para la Investigación Económica del Múnich, la confianza de los exportadores alemanes está cayendo de manera importante.

Aunque en el conjunto del año las exportaciones registraron una subida del 3% respecto al ejercicio anterior, en diciembre cayeron un 4,5% respecto al mismo mes de 2017. Todo ello contribuyó a la caída del superávit comercial de Alemania hasta los 227.800 millones de euros, desde los 247.900 millones del año anterior, también por el crecimiento de las importaciones.

Así las cosas, un portavoz del Ministerio de Economía anunció a finales de este enero que la “economía alemana crecerá de nuevo por décimo año consecutivo. Se trata del periodo más largo de expansión ininterrumpida desde 1966. A pesar de ello, confirmó, “los vientos soplan en contra” en el exterior y el crecimiento “será menor este año”, un 1% del PIB, frente al 1,8% previsto inicialmente.

Todo ello se enmarca en que las previsiones de crecimiento económico para la Unión Europea no son buenas. A principios de febrero, Bruselas revisó a la baja las estimaciones para 2019 en la zona euro, desde el 1,9% al 1,3% y con la vista puesta en que la desaceleración continuará. Concretando en Alemania, será del 1,1% del PIB, mientras que en otoño el crecimiento previsto para este año se cifraba en un 1,8%.

Olaf Scholz, ministro de Finanzas alemán, ya había anticipado: “Las vacas gordas se han terminado”, en referencia a la balanza fiscal, a los cinco años consecutivos de un excelente superávit en un escenario de rigor fiscal y unos presupuestos respetuosos con la ausencia de déficit, el Schwarze Null. Trasladado al terreno político, se teme que los populistas se aprovechen de la situación económica y, de ahí, que se evite a toda costa que se hable de crisis.

Alemania es la gran candidata para caer en la inestabilidad porque sus cuatro grandes destinos de las exportaciones son Estados Unidos, Francia, China y Reino Unido, cuatro economías que atraviesan agitaciones que pueden ir a peor. China es el caso más evidente por su clara desaceleración. Cerca del 20% de los ingresos de algunas grandes empresas vienen exclusivamente de China, explica Thorstein Benner, director del Global Public Policy Institute de Berlín.

“La economía alemana es muy sensible a lo que pase en China porque hay una exposición y una dependencia desproporcionada de la gran fábrica asiática. Hay preocupación y es evidente que tenemos que diversificar nuestras exportaciones”, señala, aunque la preocupación debe ser más a medio y largo plazo que inmediata.

En opinión de Benner, “nos hemos beneficiado mucho de estas relaciones con China, pero igual ha llegado el momento de reconsiderarlo”, toda vez que, como indica, el gigante asiático compraba, especialmente, productos con alto valor añadido y vendía bienes de consumo baratos, pero ya no es así: “Cada vez son más competitivos, y Alemania se ha dado cuenta de que tiene que invertir mucho más en inteligencia artificial o, por ejemplo, en baterías para coches eléctricos”, razona el director del instituto berlinés.

A la incertidumbre en las exportaciones se une la mala fase que atraviesa el sector transportes. La dura sequía del verano y el otoño han llevado a una interrupción brusca de la cadena de suministro en el Rin. Por este río circula el 70% de las mercancías que emplean el transporte fluvial. Aunque hay demanda, no se puede atender porque los barcos no podían navegar en los tramos de menor calado. Químicos y combustibles fueron los más afectados.

También se suma a ello la inadaptación de la industria automovilística a la nueva normativa de certificaciones, lo que ha llevado a parar la producción debido a causas que no son propias de las leyes del mercado y que tampoco tienen que ver con el dieselgate. A ello hay que añadir la transformación que está experimentando el sector y que conlleva multitud de incógnitas sobre su futuro, en plena carrera por la innovación de coches eléctricos y autónomos y el crecimiento de las plataformas de vehículos compartidos. No hay que olvidar que la industria automovilística alemana es uno de los motores de la economía del país.

Estos dos obstáculos coyunturales han sido superados, pero el horizonte no está despejado. Así lo cree Isabel Schnabel, profesora de Economía Financiera en la Universidad de Bonn, quien explica que se ha visto que “las exportaciones han bajado y que la desaceleración de la economía alemana tiene que ver con la situación global, sobre todo la debilidad de China y de otras partes de Europa”. Con todo, la profesora cree que “habrá pronto una recuperación, sobre todo teniendo en cuenta los nuevos impulsos fiscales previstos para este año y que empujarán el consumo”.

Para ella, la economía alemana se asienta sobre bases muy sólidas y las predicciones para el mercado laboral son buenas. “La demanda interna va a permanecer bastante fuerte y los salarios crecen a un ritmo relativamente rápido. El mercado laboral ha mejorado en todos los aspectos, también en los sectores más precarios. Muchos trabajos temporales y precarios se han transformado en puestos convencionales”, indica.

Paradójicamente, el problema en el empleo es la falta de trabajadores. Un reciente informe de la Fundación Bertelsmann señala que hacen falta 260.000 inmigrantes al año durante los próximos cuatro decenios para hacer frente al envejecimiento de la población. Tal es así la situación, que el Gobierno alemán presentó en diciembre una serie de normativas dirigidas a atraer mano de obra de otros países. Según cifras del Instituto para la Investigación del Mercado de Trabajo y el Empleo, que depende del Ministerio de Trabajo, en Alemania hay 1,2 millones de puestos de trabajo sin cubrir.

Pero el problema no acaba ahí. La generación del baby boom se acerca a la edad de jubilación y los problemas serán más visibles, en especial en las pensiones. Todos ellos, escenarios que no impiden que algunos expertos auguren una pronta recuperación. Así lo cree Simon Junker, economista del DIW, instituto alemán para la investigación económica: “La situación general de la economía alemana es muy sólida. Habrá una desaceleración debido al enfriamiento de la economía global. A Alemania le afectará especialmente el Brexit y otros acontecimientos globales por su apertura, pero se recuperará el crecimiento porque la demanda sigue siendo alta y estable, tanto la interna como la exterior”.

El experto hace especial hincapié en la salida de Reino Unido, el cuarto mayor importador para Alemania, aunque todo dependerá de cuáles sean los términos finalmente acordados. “Si baja la libra, evidentemente tendrá un impacto negativo en la demanda de productos. Eso afectaría también a otros países de la zona, que también reducirían su crecimiento, lo que a su vez afectaría a Alemania”, concluye.

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