“Acuerdo nacional y vocación histórica” por Antonio Miguel Carmona.

Antonio Miguel Carmona.

El PSOE se ha caracterizado en su siglo y medio de historia por ser una organización convencida de la necesidad de acuerdos, si se pudiera, para conseguir los objetivos de prosperidad, igualdad y libertad que reside en su programa máximo.

¿Qué nación puede resistir siendo Estado si el País Vasco se opone a la renta básica del Gobierno, la Comunidad de Madrid hace todo lo contrario a lo que recomienda la ministra de Educación, los partidos se dispersan retóricamente en el Parlamento, discuten sobre quién tiene las competencias sobre las residencias cuando los mayores se están muriendo o las administraciones públicas no coordinan a las empresas privadas para sacar los recursos adelante que salven las vidas a los ciudadanos?

Yo defiendo un gran acuerdo nacional, que no significa un gobierno de coalición, en el que parlamentariamente podamos tener los mismos objetivos en una mayoría no radical de las Cortes y, al mismo tiempo, liderar a los agentes económicos y sociales, patronal y sindicatos, indispensables para inaugurar una nueva frontera para un país necesitado de estar a la altura de la gente.

Ya en sus inicios (1879) discutieron dos de sus fundadores, el tipógrafo Pablo Iglesias y el psiquiatra Jaime Vera, sobre la necesidad de pactar con los partidos republicanos, defendida por este último, para paulatinamente conseguir sus fines como organización de clase.

El partido socialista, empero, ha estado muchas veces convencido de que para lograr esos objetivos, tanto el capital como las organizaciones que defienden sus intereses, nos abocaron a medidas de choque como la Huelga General de 1917 aprobada por la dirección del PSOE y de la UGT y que dieron con los huesos de Julián Besteiro, Francisco Largo Caballero, Daniel Anguiano y Andrés Saborit en el Penal de Cartagena.

Sin embargo, la adscripción a la II Internacional Socialista que, si bien comenzó en 1889, fue poco a poco convirtiendo a los partidos socialistas en organizaciones socialdemócratas, con impulsos entre otros como la Conferencia de Lucerna en 1919. Esta nueva ola modernizadora, hizo insistir orgánicamente en el partido la necesidad de acuerdos para lograr la emancipación de los trabajadores sin esperar a que se produjera el determinismo aventurado por Marx de autodestrucción del capitalismo que nunca parecía llegar.

Es así como los grandes partidos políticos socialdemócratas, socialistas y laboristas europeos, a la luz de la II Internacional y especialmente tras la II Guerra Mundial, reformaron sus naciones universalizando la sanidad, la educación y los servicios sociales, y garantizando derechos allá donde no los había, igualdad de rentas y libertades públicas.

La reforma del Consejo de Estado por parte del General Primo de Rivera en junio de 1924, sumando a miembros de la patronal y de los trabajadores, hizo que la representación obrera propusiera a Largo Caballero. Éste optó por aceptar porque más valía estar dentro que fuera, mientras se opusieron a tal decisión Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos. Sea cual fuera la intención de unos y otros, en el ideal de Largo no estaba apoyar obviamente la dictadura sino no mantener a las organizaciones obreras fuera de un área de información e influencia. Esto ha sido utilizado por la derecha, ignorante de los decretos de Primo y de las conversaciones con las organizaciones, de colaboracionismo de los sindicatos (nada más falso y artero).

El esfuerzo que hizo el PSOE en la elaboración de la Constitución de la II República para que fuera una carta magna de consenso está en las actas de las Cortes Generales. Y, aunque no se lograra del todo, una mayoría muy cualificada la sacó adelante.  El discurso de Julián Besteiro, presidente del Congreso,  el 9 de diciembre de 1931 lo dejó muy claro: “De todo lo que constituyen nuestro sentimientos comunes”.

Perseguida, torturada y asesinada la Ejecutiva del PSOE durante la dictadura, durante los primeros decenios fuera cual fuera, los nuevos socialistas del interior comenzaron a implantar en Toulouse en 1972 y Suresnes en 1974 una nueva socialdemocracia reformadora y dialogante para sacar a España de la crisis política y, posteriormente, económica.

Los Pactos de la Moncloa de 1977 no hubiesen podido salir adelante sin la colaboración activa del PSOE y de la UGT, quienes ofrecieron a sus mejores hombres y mujeres para alcanzar una acuerdo contra la inflación y la recesión, y a favor de la senda de prosperidad y la reforma política.

Los gobiernos municipales de 1978 son un vivo ejemplo de los acuerdos a los que llegó el PSOE para reformar las calles de nuestros municipios, la convivencia ciudadana –tal como lo expresó Tierno en su toma de posesión-, y el diálogo político.

Cuenta Alfonso Guerra que, preocupado por la deriva que estaba llevando la elaboración de la Constitución a golpe de propuesta de UCD, llamó a Fernando Abril Martorell y le dijo: -”Todas las Constituciones que se hicieron en España en el siglo XIX fueron de parte, por eso tuvieron una vida muy corta. Un cambio de gobierno suponía un cambio de régimen. No debemos caer en hacer una carta magna sólo para la mitad de España, ni ustedes, ni nosotros, debemos hacerla para toda la nación”. Y así se hizo.

Los brazos del PSOE han estado siempre abiertos a grandes acuerdos que hicieran que el país saliera adelante. Cuando algún dirigente se ha echado, sin embargo, en brazos del sectarismo, nos hemos equivocado.

Los gobiernos socialistas desde 1982 así lo atestiguan, sacando adelante, como se sabe, grandes reformas con el objetivo de que el país pudiera presumir de sí mismo. Los gobiernos siguientes lo hicieron de igual modo. Por ejemplo, recuerden, el 15 de enero de 2007 José Luis Rodríguez Zapatero obtuvo un gran consenso del Congreso de los Diputados para la lucha contra ETA. O el acuerdo general contra la crisis el primero de septiembre de 2011.

En la mayor crisis económica desde la Guerra Civil, en un momento de descomposición parcial de determinadas instituciones alimentadas por el secesionismo y el populismo, el PSOE tiene que erigirse como el garante de un gran acuerdo nacional que salve a los más necesitados de la miseria, ocupe en primer lugar a los parados de larga duración, garantice las rentas de todos y abra una nueva senda de prosperidad sustentada en los nuevos paradigmas y trayectorias tecnológicas, un mundo sostenible y la erradicación de la pobreza.

El PSOE tiene que ser el propulsor de un gran acuerdo, desde la más profunda generosidad, convencidos de que las mayorías, cuanto más amplias más profundas. Sin perder nuestros valores, señalo oportunamente, ni nuestros objetivos, pero con la convicción democrática de que antes está nuestro país, nuestra gente, nuestro pueblo, que nosotros mismos. En ese sentido debemos ser nosotros nuestros propios clásicos.

1 thought on ““Acuerdo nacional y vocación histórica” por Antonio Miguel Carmona.”

  1. Desde que el partido en la dictadura empezó a dar los primeros pasos en la clandestinidad me afilie al partido, dimos nuestra guerra, pegamos carteles, dimos folletos en mano, la gente nos miraba y no se lo creía, nos detuvieron y los policías estaban desconcertados, y nos soltaron, y finalmente gritamos de alegría con los primeros buenos resultados del PSOE en las elecciones. Aun guardo mi primer carnet del partido con el Nº 16 en Logroño. La votaciones interiores no siempre me gustaban, pero sigo. Hoy con 80 años a punto de cumplir en Junio, te veo luchar los sábados por la tarde en la TV, y me gusta como lo haces. Solo te escribo para que sigas no te rindas. Un abrazo socialista

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