“Abolición”, por Pedro Molina Alcántara.

Pedro Molina Alcántara.

En el momento de publicarse este artículo, muy probablemente y salvo sorpresa mayúscula, el Colegio Electoral estadounidense ya habrá certificado la victoria de Joe Biden en las elecciones presidenciales celebradas el pasado 3 de noviembre. A partir de ese momento, será prácticamente imposible que el próximo 20 de enero no tome posesión Biden como el 46º Presidente de los Estados Unidos de América. En consecuencia, creo oportuno aparcar una temporada los análisis sobre política estadounidense y centrarme en otros temas que están en la agenda política española e incluso mundial.

No me quiero andar con rodeos, hablo con ánimo de levantar ampollas, sin ánimo de agradar con un discurso “facilón”. No busco aplausos ni palmaditas en la espalda, una persona que ama la escritura debe buscar no solo la calidad técnica y estética sino que el primer derecho y la primera obligación a la hora de escribir debe ser reconocerse a uno mismo en las propias palabras. Cuando eso se logra, hablamos de autenticidad, y no es una meta fija: es un camino tortuoso pero merece la pena pues, conforme se va recorriendo, la mano que escribe, los dedos que teclean, se van despojando de miedos y prejuicios a la vez que ganan seguridad.

Y dicho todo esto, lo que me apetece hoy es descargar mis puños dialécticos contra el sistema prostitucional, un sistema que explota sexualmente a muchas miles de  mujeres cada día -la prostitución masculina es residual-. Ni que decir tiene que la inmensa mayoría de las mujeres prostituidas lo son en contra de su voluntad así que, tal y como yo lo veo, acabar con esta lacra pasa necesariamente por la abolición. Desde algunos posicionamientos quiero pensar que bienintencionados, se defiende que hay que tratar la prostitución como un sector económico más y regularlo, para que las prostitutas tengan derechos como cualquier persona trabajadora. Se compara esta situación con la llamada «Ley seca» estadounidense de los años 20 del siglo pasado: esta ley no solo no consiguió acabar o disminuir el consumo de alcohol en los Estados Unidos sino que benefició a gánsteres como Al Capone, que fue famoso por tener secuestrado el negocio del alcohol en Chicago mediante la violencia contra sus competidores, la extorsión y el soborno de agentes de policía. Una vez derogada dicha ley, la libre proliferación de nuevos productores y distribuidores de alcohol acabó por resquebrajar el monopolio detentado por la mafia.

Llegado a este punto, ¿por qué entiendo yo que no se puede comparar la prostitución con el caso del alcohol o de otras sustancias? ¿Por qué una eventual regulación jurídica no creo que ayudase a combatir la trata de seres humanos, fundamentalmente mujeres, con fines sexuales? Porque las mafias del alcohol y otras sustancias impiden la entrada de nuevos agentes competidores y las mafias del proxenetismo, y esto es muy importante a mi parecer, hacen mayoritariamente lo contrario: forzar la entrada de mujeres e impedir que salgan del negocio -no lucrándose ellas, desde luego, que son las víctimas de esta canallada-. En otras palabras: las mujeres prostituidas no quieren “derechos” que, a la hora de la verdad, no son más que “paños calientes”; lo que quieren es liberarse del yugo que las oprime. No digo que no haya una minoría de mujeres prostituidas que lo estén voluntariamente: ahora bien, si nos centramos en atender las pretensiones de esa minoría, estaremos consolidando ese sistema prostitucional que asfixia a la inmensa mayoría. Además, piénsenlo detenidamente: si ya es difícil perseguir este tipo de delitos, ¿no servirá el “regulacionismo” como un escudo legal para proxenetas, toda vez que sus actos actuarían bajo una presunción de legalidad que habría que destruir asumiendo la carga de la prueba en contrario? Ahí lo dejo.

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