“2D”, por Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal · @Gonzalo_Glezcar.
Confiada. Consciente del poder de atracción inherente a su presencia, muestra su impasible indiferencia. La pantalla aguarda pacientemente su encendido. La obscuridad de su vítrea superficie incita a asomarse al insondable vacío abismal del que el fabuloso demiurgo catódico comenzará a exhalar cuanto precise ser concebido para habitar las profundidades de nuestra mente. De sus impenetrables entrañas emergerán escupidas cuantas formas no acaben sino por crear la realidad del mundo tal como nos es dado concebir.

Un simple gesto. El irrefrenable automatismo del encendido, sustentado en la vacua condición del hábito, confirma la sumisión de la creatura humana a la lente de la realidad mediata. La pretenciosidad tecnológica alienta falazmente nuestra ansia de verdad que, amparada en la definición de la imagen y en la nitidez de la reverberación envolvente del sonido, convenientemente consagrados por la vitola 4K surround, en nada altera la engañosa condición de su propósito. Enaltecido tecnológicamente, el artefacto interpuesto suple la cualidad y condición de lo real. La ficción verosímil perfecciona el alcance de su propósito. Y con ella, el trampantojo logra su más alto grado de refinamiento.

Consolidada la aquiescente disposición ensimismada del observador, el valor del contenido queda relegado a la mera exigencia de su coherente perfección formal. La construcción artesanal de la imagen, despojada ya de toda exigencia substancial, adquiere su plena dimensión conformadora de la mente sometida al molde que ésta impone. La necesaria dimensión monocorde que todo canon establece se densifica en el principio uniformador no de aquello que muestra sino del gusto y percepción del sujeto al que se le es mostrado.

Anonadado por la perfección del flujo de formas surgente, el extático observador se ve saturado por la multitud de matices que las imágenes le parecen sugerir. La ficticia profundidad de campo simulado sortea satisfactoriamente toda salvaguarda lógica que pudiese poner al espectador en aviso frente a la portentosa proyección de nadería y planicie que le sublima. Satisfecho el propósito de inhibir el acto consciente, y por tanto crítico, de ver, el sujeto no se plantea satisfacer curiosidad alguna más allá de la realidad dada por aquello que le promete toda cuanta es capaz de asumir.

Trascender la orquestada condición sierva de lo aparente. Confrontarse con una empobrecedora realidad pretendida y artificialmente absoluta. Satisfacer la penetrante curiosidad de aquél que extiende el brazo a riesgo de palpar la fría pantalla que media el engaño en lo percibido, supone el mayor desvarío a la vista de los demás ante la certeza del magnífico espectáculo comúnmente presenciado.

La ficción bidimensional que nos aturde, tejida de personajes superficiales y contenidos planos, cobra sólo su aparente profundidad ante la engañosa perspectiva creada por la combinación de técnica y distancia. Sin tales ardides, la tupida red ficcional evidenciaría las mismas carencias e imperfecciones de un estuco deslucido, sin adherencia ni agarre, sobre el que nuestra mirada y recuerdo simplemente resbalarían.

La pérdida de profundidad cierta en la realidad pública mediata –de sus personajes, discurso y contenidos- suplida ficticiamente por un fascinante artesanado de imaginería, conlleva ínsita la asunción del coste de habitar entretenidamente la ensoñación de un muy bien urdido embeleco. Del que difícilmente se logra jamás salir sin afrontar la suspicacia de saberse burlado. Bálsamo frente al cual, la vítrea pantalla siempre podrá proporcionar la certeza en la plenitud de la realidad que sólo ofrece el embuste bien tramado.

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