“ЯAW”, por Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal.

Gonzalo González Carrascal · @Gonzalo_Glezcar.
El reflejo del trazoevidencia toda su descarnada condición. El desabrido destello especular de unavergonzosa intimidad. La explícita revelación de la cualidad de la más indignalucha por la vida. Aquélla que se vence a costa de la de otro.Para la que la épica es mero consuelo esteta entonado por el canto del aedo. Y todo heroísmo sólo expresión de una íntimatragedia. Emergiendodel nombre de la más sanguinaria conducta dimanada de la condición humana, surge ante nosotros.

Mientras los directos contendientes -en su más limitado pensamiento- juegan la danza macabra de la impuesta animosidad que los mueve,la razón que los anima se despliega fuera de los contornos del combate. Allí donde el conflicto opera sobre el mero abstracto conceptual ysus funestos contables, cómodamente arrellanados, se ofuscan por encontrar en su desvarío el sentido de todo. Buscando travestir para su dignificacióncuanto es.Ambición por decisión. Cobardía por prudencia. Intereses por principios. Cada cual conforme al papel que desea interpretar en la escenificacióndel proceso de creación de la historia del que se saben hacedores. Fuego permanente que todo lo consume.

En su lumbre crepita el fatídico horror de lo inevitable. El del ardor del relato conformado por las lenguas engañosas de unos y otros, que con sus mezquinas actitudes permiten que únicamente cuanto essea. Negando todo horizonte que diverja deaquél que concrete sus cálculos particulares. Y aceptando el precio en sangreque éstos conlleven. A pagar por otros. Los más débiles. Inevitable tributo votivo en la pira del poder.

Ante nuestra mirada la incómoda farsa discurre obscenamente,con la desagradable extraña naturalidad con que sólo el hábito logra hacernos aceptar, oculta tras la máscara de la cultura y el vicio de la costumbre, la violencia ínsita en nuestroser. La inevitable presencia de la pulsión que de un modo soterrado todo lo mueve. Y con ella, la mezquina indignidad con que contribuimos a mover el mundo. Mudanza dispuesta a inmolar cuanto logrado hasta entonces haya.

No hay poder inocente frente a la ignominia del despropósito. Ni virtud alguna en la pasividad refleja del mudo testigo ante el desvarío. Y sin embargo, convivimosaquiescentemente con él. En la aparente certeza de unas vidas, apenas ligeramente estremecidas en lo meramente material ante la presencia del horror… ¿Qué dice acaso eso de nosotros?

La áspera fragilidad del manto de nuestra civilización acaba por mostrarse –así- de modo evidente ante el primer empellón que rompa las costuras transitorias de su cotidianidad. Pues tras la consabida letanía bienintencionada, expresada ante el dolor infligido en lo que no nos espropio-pero jamás ajeno- la retórica conmiserativa da lugar a la pragmática general de aceptación del modo con que el artificio de la guerra establece los límites de lo real y contribuye a fijar el orden natural de las cosas. Con toda crudeza.

Un orden que no supone sino la asunción del poder del hecho consumado y el fracaso de la huera carcasa institucional que dícese reguladora a la luz de razón alguna, al aceptar que no es precisa más sinrazón que la fuerza -y la lógica debilidad del aquél que ostenta aquello que uno ambiciona poseer- para lograr transformar la faz del mundo a voluntad propia.Teniendo por toda política de apaciguamiento la satisfacción del beligerante. Creyendo aplacar la bestia una vez ahíta.

Peligroso precedente en el lánguido discurrir del presente europeo que, como todo lo que se asemeja a una historia que parece repetirse, desprende el desagradable hálito de una miserable farsa. La de fingir que no pasa lo que sucede, pretendiendo no hacer lo que se debe porque resulta lo más conveniente para aquellos que debieran pensar cómo evitar que siga sucediendo lo que jamás debiera haber pasado. No todo acto y palabra son una declaración ética. La permisiva pasividad y el clamoroso silencio son igualmente elocuentes.

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